El Desarrollo Humano (DH) concebido por Amartya Sen, Nobel de economía, y posteriormente convertido en índice por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) constituye un gran avance para el diseño de políticas públicas, al superar enfoques que limitaban el desarrollo al crecimiento económico.
La libertad plena del ser humano es núcleo central de dicha concepción, y la intervención pública adquiere sentido, solo si es capaz de convertirse en un proceso de liberación de las capacidades humanas, es decir, la superación de aquello que oprime al individuo y le impide desarrollar libremente su proyecto de vida. Dentro de esta perspectiva la libertad política constituye un fin en sí mismo, no puede haber DH sin democracia.
El PNUD convirtió este concepto en un índice para facilitar comparaciones y mediciones a través de indicadores. Este índice integra esperanza de vida, tasa de alfabetización de adultos y de matriculación, con el PIB per cápita en una cifra. Para el informe anual se emplean cifras oficiales, las cuales, en sociedades abiertas y democráticas, pueden ser contrastadas con fuentes independientes, garantizando mayor transparencia y fidelidad.
Los tres primeros países en IDH son Noruega, Islandia y Australia, democracias plenas, sociedades abiertas, con economías capitalistas, pero con una fuerte intervención social y económica del Estado. En un lejano 13º lugar se encuentra Estados Unidos, mientras que en el foso encontramos a Níger, Afganistán y Sierra Leona.
En Latinoamérica, la región más desigual, los índices de desarrollo humano nacional esconden muchas inequidades. No sólo aquellas entre pobres y ricos en las sociedades nacionales, sino entre regiones prósperas, capitales muchas de ellas, y regiones pobres.
El Cono Sur tiene nuevamente el mayor IDH regional. Chile, Argentina y Uruguay se encuentran a la cabeza, sociedades que tradicionalmente han contado con una clase media pujante, con infraestructuras urbanas más extendidas y con niveles educativos superiores a la mayoría de los países latinoamericanos.
Destaca Chile, con una democracia consolidada tras cuatro gobiernos de la Concertación (1991–2009), que ha logrado combinar una economía capitalista eficiente, competitiva, con destinos de exportación crecientemente diversificados, con una progresiva intervención del Estado, que ha aumentado su presencia durante los gobiernos de Lagos y Bachellet, más que todo en materia de gasto social y de estímulo al crecimiento con equidad.
Para que el DH sea real en Latinoamérica, siendo fieles a su concepción primigenia basada en la liberación plena de las capacidades del hombre, la vigencia de las libertades democráticas y la afirmación de una economía productiva que crezca con justicia social son imperativos permanentes y complementarios. Esa es la ruta.
[Artículo publicado originalmente en Enfoque Complejo]
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