Mientras superamos los efectos de la crisis económica global, los conflictos parecen comprometer la vigencia de los sistemas de integración y de la misma institucionalidad interamericana, la alarmante carrera armamentista y la expansión autoritaria regional son síntomas de que es la misma democracia la que se encuentra amenazada en el continente.
La gran revolución del siglo XX latinoamericano es la institucionalización del Estado Liberal Democrático, logro histórico que costó sangre, sudor y lágrimas desde la década de 1930. Hoy esta institucionalidad se encuentra amenazada.
El duro contrapunteo entre las fuerzas democráticas y el militarismo recorre gran parte del siglo XX. A pesar de que el proyecto democrático emergió en la región en torno a los años treinta, no fue sino durante los ochenta que nuestros países transitaron a la democracia, desde Ecuador en 1979 hasta Chile en 1991, regímenes autoritarios dieron paso a nacientes democracias.
Ésta fue la última de las olas democráticas en la región. En los cuarenta, en torno a la II Guerra Mundial, emergieron nuevas democracias, la Revolución en Guatemala y la victoria electoral de los Auténticos en Cuba en 1944, el 18 de octubre de 1945 y la victoria de Rómulo Gallegos en 1947 en Venezuela, fueron experimentos de corta vida. A finales de los cincuenta una nueva primavera democrática parecía asomarse en el horizonte, las caídas de Batista, de Rojas Pinilla y de Pérez Jiménez parecían anunciar una democratización, pero la Revolución Cubana, la Guerra Fría y el resurgir del militarismo golpearon esa esperanza.
La crisis de la deuda, parte de una crisis de modelo de desarrollo, marcó el contexto económico de la transición en los ochenta; la necesidad de responder al apremio económico contribuyó a que estuvieran signadas por la construcción de consensos en torno a reformas económicas y políticas.
Las crisis actuales
Hoy, una amenaza se cierne sobre estas democracias. El autoritarismo resurge con nuevos ropajes, usando métodos democráticos para destruir aquello que hace posible la vigencia de una verdadera institucionalidad democrática, horadando el Estado de Derecho, destruyendo el equilibrio de poderes, persiguiendo el pluralismo, atacando a los medios de comunicación, etc.
En esto ha sido clave la exportación del neoautoritarismo venezolano, experimento reaccionario cubierto de ropaje “revolucionario”, que se ha convertido en amenaza para la institucionalidad liberal democrática. La fórmula: Constituyente, personalismo, polarización, reelección indefinida, y hegemonía comunicacional, se ha convertido en receta. Bolivia, Ecuador, Nicaragua son alumnos aventajados, mientras ha encontrado fuertes resistencias en México y Perú.
La injerencia venezolana en los asuntos internos de los estados latinoamericanos, a través de la denominada “diplomacia de los pueblos”, y la exportación del modelo neoautoritario, están vinculadas con la crisis de los sistemas regionales de integración y con la carrera armamentista.
La recurrente intervención venezolana estimula la conflictividad, boicotea cualquier esfuerzo de integración y de construcción de consensos. Lo preocupante es que la tibieza de la solidaridad entre los demócratas ha contribuido, con su cálculo pragmático de corto plazo, a debilitar a las democracias y a fortalecer los nuevos autoritarismos. En eso andamos.
[Artículo publicada en Enfoque Complejo]
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