La movilización popular del 23 de enero es muy distinta a cualquier otra, su profundo significado histórico y político determina una diferencia cualitativa trascendental. Tras casi una década de gobierno militar, el 23 de enero de 1958 se derrumbó la última, y más breve, dictadura del siglo XX venezolano. La unidad de las fuerzas democráticas contra la dictadura fue clave en el derrumbe del régimen militarista.
Cuatro décadas de gobiernos civiles modernizaron democráticamente a Venezuela. La libertad política trajo consigo una mejora sustancial en la calidad de vida de todos los venezolanos, la masificación de la educación, la creación de una extensa red de servicios de salud, la electrificación de Venezuela, entre otras cosas, representa la época de mayores avances en nuestra historia.
Este período contrasta rotundamente con el proceso de degradación que Venezuela ha vivido a lo largo de estos diez años. Durante la última década hemos sufrido una destrucción sistemática de todas nuestras instituciones, de nuestra red de servicios públicos, de nuestra base productiva y de la misma convivencia ciudadana. En los últimos días este proceso de atraso se ha tornado muy evidente, la extensión del racionamiento eléctrico diario refleja no solo la incapacidad de este gobierno sino su vocación retardataria.
Este proceso de destrucción no es fruto de un cambio en el clima, no es responsabilidad de un fenómeno natural, sino de la implantación de un modelo político. El atraso es consustancial con el proyecto político totalitario que se está desarrollando desde el Gobierno nacional. Con este modelo político no hay salida a la crisis, solo destrucción y atraso, porque este proceso de desestructuración social, económica y política se convierte en necesidad y provecho para un régimen que pretende el control total sobre la sociedad, el fin de cualquier espacio para la autonomía individual y social. El proyecto político totalitario es enemigo de cualquier forma de eficiencia, justamente porque es obsesivo con el proceso de control absoluto de la vida social, un control personal y militar.
El caso de los apagones se convierte en sintomático. El I Plan de Electrificación Nacional lo realizó un gobierno democrático y civil, durante el trienio octubrista en 1947, y de la mano de la Corporación Venezolana de Fomento se planificó, seriamente, la expansión de la capacidad de generación eléctrica, tanto hidroeléctrica como termoeléctrica. En 1998 el 95% de la población venezolana contaba con un servicio eléctrico regular, la construcción del Complejo Hidroeléctrico Raúl Leoni, el Gurí, representó un gigantesco salto en nuestra generación eléctrica, fruto de una política de Estado comprometida con la modernización de Venezuela.
¿Por qué se ha dejado de invertir en generación eléctrica?, ¿por qué razón se ha descuidado el mantenimiento de las redes de transmisión y distribución? No solo es un problema de incompetencia e irresponsabilidad, además de la evidente indolencia de este gobierno, sino que el modelo político y económico que se ha venido implantando en Venezuela es reacio a cualquier rasgo de modernidad y eficiencia. El dogmatismo ideológico y el sectarismo político, además de la estructura de mentiras y miedo interno que se vive en lo que queda de las estructuras del Estado, es consustancial con el carácter totalitario del proyecto político, no tiene mecanismo de control autónomo, y es reacio a la eficiencia porque exige sumisión absoluta. En conclusión, con éste modelo político no hay solución para el problema eléctrico. Este es el escenario del atraso y la destrucción, única imagen de futuro que nos asegura la continuación de éste modelo político y económico.
¿Qué relación tiene esto con la marcha del 23 de enero de 2010? Al conmemorar la caída de la última dictadura del siglo XX hoy reivindicamos no solo la capacidad de los venezolanos para vivir en libertad, sino nuestra capacidad, como sociedad, para construir grandes acuerdos nacionales en torno a un proyecto de modernización en democracia, para progresar, para mejorar sustancialmente nuestra calidad de vida.
Es cierto que nos encontramos en medio de un trascendental enfrentamiento histórico entre dos proyectos. De un lado, el escenario del atraso y la destrucción que vivimos hoy es expresión del envejecido autoritarismo, que oculta su carácter reaccionario tras un discurso supuestamente “radical y revolucionario”. En la acera del frente, en medio de nuestra pluralidad y diversidad, dando una discusión democrática, haciendo todos los esfuerzos para construir una gran concertación política que exprese la unidad, se encuentra el proyecto de la modernidad democrática.
Esta lucha histórica entre la opresión y la libertad, entre el atraso y el progreso, entre la oscuridad totalitaria y la luz democrática, es el reto de la modernidad venezolana actual. Por eso reivindicamos hoy el 23 de enero de 1958, justamente porque reivindicamos la libertad y el progreso, la capacidad que los venezolanos tenemos para construir grandes acuerdos para modernizar democráticamente al país.
Sólo un cambio de régimen político puede revertir el escenario de atraso, así como en 1958, en las actuales circunstancias, la reinstauración de un régimen de libertades democráticas es la única garantía de progreso y desarrollo para Venezuela. Este gobierno, encarnación del viejo autoritarismo, ha fracasado rotundamente.
Reivindicamos una herencia de progreso, modernidad y democracia, nos ha sido depositado un legado, y la lucha que damos hoy, es herencia de esas antiguas luchas, de allí nuestra responsabilidad. Por eso marcharemos el 23 de enero, y por eso votaremos el 26 de septiembre. ¡La lucha por la libertad es permanente!, ¡he aquí el legado que recibimos¡ ¡He aquí la confrontación cívica y democrática que nos toca dar!
[Para revisar: "El Espíritu del 23 de enero"]
Comentarios