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Repensar el marco para democratizar Venezuela

Mientras el régimen de Nicolás Maduro pretende realizar una elección parlamentaria con presos políticos, partidos secuestrados e inhabilitados, la oposición enfrenta la coyuntura, dividida internamente entre quienes decidieron participar en el proceso y quienes promueven un mecanismo alternativo de consulta popular que respalde los esfuerzos de la actual dirección de la Asamblea Nacional.

Ante el cierre del fatídico año 2020, Venezuela parece encontrarse en un punto muerto, con una población empobrecida y desmovilizada, y con una situación política que convierte la idea de “transición a la democracia” en un horizonte muy lejano. Por el contrario, es muy probable que el proceso de autocratización que lidera Nicolás Maduro se consolide a principios de 2021.

Una sociedad que no ha dejado de luchar

La sociedad venezolana no ha dejado de luchar. A lo largo de dos décadas la oposición ha desplegado un repertorio de acciones colectivas para enfrentar la autocratización que Hugo Chávez inició el mismo 2 de febrero de 1999. Se han enfrentado, dentro de los sectores opositores, dos líneas de acción, una de carácter insurreccional y otra de tipo electoral e institucional.

Tras la derrota en el referéndum revocatorio de 2004 se impuso la línea más radical, que pretendió, con la abstención en las elecciones parlamentarias de 2005, deslegitimar al gobierno de Hugo Chávez. Pero la abstención opositora facilitó el proceso de radicalización del chavismo.

Borges, Petkoff y Rosales: la estrategia de 2006

Ante el fracaso de la política abstencionista, a partir de las elecciones presidenciales de 2006, se abrió paso al desarrollo de una estrategia de crecimiento, fortaleciendo la coordinación entre las distintas fuerzas políticas, incrementando las redes de organización, haciendo uso de las coyunturas electorales para crecer, social y políticamente, capitalizando los múltiples errores de gestión del chavismo, incrementando la presencia de la oposición en la sociedad.

Por una década esta fue la estrategia dominante de la oposición en Venezuela, incluso en momentos de gran impulso en la movilización de calle, como en 2014, los esfuerzos desembocaban en las coyunturas electorales, donde finalmente se le podía dar expresión institucional a la lucha de la sociedad.

Muy pronto esta estrategia de crecimiento brindó importantes frutos. Se logró derrotar el proyecto de Reforma Constitucional que Hugo Chávez pretendió imponer en 2007. Se constituyó la Mesa de Unidad Democrática para coordinar los esfuerzos de la oposición. Bajo esta dirección se presentaron candidaturas unitarias en las diversas elecciones regionales y municipales, listas unitarias para las parlamentarias de 2010 y 2015, y candidaturas presidenciales unitarias en 2012 y 2013. Elección tras elección se incrementaba la votación de las fuerzas democráticas, hasta desembocar en las elecciones parlamentarias de 2015.

La pérdida de la estrategia y el cierre autoritario

2015: mayoría democrática en la AN

El 6 de diciembre de 2015 la oposición obtuvo el 56,21% de los votos, alcanzando 112 diputados en la nueva Asamblea Nacional, una mayoría absoluta calificada que le permitía, legalmente, ejercer un gran poder institucional. Este fue el punto culminante de la estrategia concebida en 2006. Paradójicamente, a partir de este momento se inició un nuevo retroceso.

Maduro ante la nueva AN

Ante la derrota el gobierno de Nicolás Maduro decidió acelerar el cierre autoritario del régimen. Al conocer las dimensiones de la victoria opositora el gobierno hizo uso del aparato judicial para impedir la incorporación de varios diputados de Amazonas. Este fue el inicio de una línea de acciones judiciales para impedirle a la Asamblea Nacional el ejercicio de sus funciones constitucionales. El régimen estaba sufriendo una última metamorfosis autoritaria, se reducía aún más el nivel de competitividad del sistema y el cerco se cerraba contra la oposición.

A pesar de contar con la mayoría calificada de la Asamblea Nacional se presentaron problemas de coordinación estratégica dentro de la oposición. Las pugnas internas por el liderazgo se hicieron recurrentes, así como la disputa por las acciones a seguir para enfrentar la nueva etapa autoritaria. La decisión del gobierno de Maduro de bloquear la realización de un nuevo referéndum en octubre de 2016 generó una amplia frustración.

La disputa por la legitimidad

Las movilizaciones de 2017

Las movilizaciones de 2017, que confrontaron con fuerza a Nicolás Maduro, no lograron desestabilizar al gobierno, y tampoco logró la negociación revertir la autocratización. En su política de anular al Parlamento, Nicolás Maduro decidió convocar una nueva Asamblea Nacional Constituyente. La Asamblea Nacional declaró írrita e inconstitucional dicha convocatoria. A partir de este momento se inicia la disputa por la legitimidad del poder en Venezuela. La Constituyente no solo será considerada inconstitucional por el Parlamento, sino también por una parte de la comunidad internacional democrática.

La Constituyente se convirtió, para Maduro, en un instrumento para bloquear la acción opositora a diversos niveles. No solo le fue útil para anular las funciones del Parlamento, sino que también funcionaba para dificultar la coordinación entre los sectores opositores, en la medida en que las elecciones sucesivas, desde las regionales y municipales, hasta las presidenciales de 2018, fueron convocadas desde esta instancia, lo que inhibía la participación de varios sectores de la oposición.

El gobierno de Nicolás Maduro prosiguió en su proceso de cierre autoritario, desatando persecuciones contra diputados opositores, concejales, dirigentes y líderes disidentes. Se incrementó el número de presos políticos y exiliados. La convocatoria para las elecciones presidenciales de 2018 estuvo marcada por la inhabilitación de líderes opositores y de los partidos políticos para presentar candidaturas. No fueron elecciones competitivas, a pesar de la presencia de otros candidatos.

La reelección de Nicolás Maduro en estas circunstancias tampoco fue reconocida por la Asamblea Nacional, ni por distintos gobiernos de la comunidad internacional democrática. Maduro se iba aislando, y su gobierno finalizaba en enero de 2019.

El salto geopolítico de la crisis venezolana: la Presidencia de Guaidó

Juan Guaidó, Presidente interino desde 2019

Internamente, la disputa por la legitimidad tuvo un salto cualitativo con la decisión de la Asamblea Nacional de nombrar al diputado Juan Guaidó, quién había sido nombrado presidente del cuerpo el 5 de enero, como Presidente encargado de la República el 23 de enero de 2019.

Luego de la proclamación de Guaidó como Presidente encargado, se activó una coalición internacional de respaldo. La política de sanciones internacionales, que había iniciado Barack Obama en 2015, y que había acompañado de la UE desde 2018, se profundiza y se extiende. Se va armando un cerco diplomático internacional contra Nicolás Maduro.

La idea de las sanciones internacionales, en principio, era generar los incentivos para una negociación que conduzca a una democratización del sistema, lo que pasa por dividir al bloque de poder. Sin embargo, hay una inmensa dificultad al calibrar el impacto de las sanciones, tanto sobre el mismo bloque de poder, como sobre la sociedad en general.

Es importante atender al contexto de la escalada geopolítica de la crisis venezolana, porque viene precedida de un agravamiento de las condiciones de vida de la población desde la caída de los precios del petróleo en 2012, que desnudó la destrucción del aparato productivo, incluyendo a PDVSA, así como a la pulverización del valor de la moneda, lo que había incrementado la migración masiva de venezolanos fuera de sus fronteras. Una emergencia humanitaria compleja empezó a afectar a Venezuela, mientras millones de venezolanos se dispersaban por América del Sur, desde Colombia hasta Argentina, así como llegaban por miles a países como España y EEUU. Este incremento de la migración venezolana se convirtió en una presión interna para los gobiernos vecinos de Colombia, Perú, Chile y Argentina.

Muchos pensaron que la resolución de la crisis venezolana era cuestión de unos pocos meses, y que la mezcla de una crisis humanitaria extendida, una presión internacional ascendente y una legitimidad disputada desde la Asamblea Nacional, crearía las condiciones para una división del bloque de poder, que traería una pronta transición a la democracia. El mantra de “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”, expresa mucho de este optimismo inicial.

El agotamiento de una apuesta arriesgada

30 de abril de 2019: Leopoldo libre

Sin embargo, los errores empezaron a aparecer mientras los tiempos se dilataban. En febrero, el fracaso en lograr el ingreso de la ayuda humanitaria por el puente de Cúcuta-San Antonio del Táchira debilitó la posición de Guaidó. El 30 de abril un intento de levantamiento militar quedó abortado, a pesar de haber logrado la liberación de Leopoldo López.

El gobierno de Nicolás Maduro también movió su propia diplomacia, fortaleciendo su vínculo con regímenes como el de China, Rusia, Turquía e Irán. Se iba rutinizando la posición de la comunidad internacional respecto a Venezuela, en la medida que se admitía que la resolución no iba a ser rápida. Tanto el Grupo de Lima, apoyado por Estados Unidos, como el Grupo de Contacto, apoyado por la Unión Europea, empiezan a desarrollar una diplomacia en la región, al tiempo que la escalada geopolítica llega también a un punto muerto.

Por otra parte, en 2019, la inestabilidad social y política empieza a afectar seriamente a América Latina, como se vio claramente en Chile, obligando a los gobiernos a prestar una mayor atención a la política interna.

La escalada de la política de sanciones también empezó a presentar problemas. Las sanciones fueron uno de los elementos clave para llevar a Maduro a negociaciones, desde las de República Dominicana, hasta las de Oslo y Barbados.

Sin embargo, su escalada parecía tener dos efectos contraproducentes en la medida que eran metabolizadas por el régimen. Primero, en la medida en que dejaban de ser personales y se iban dirigiendo a toda la estructura del Estado, no cumplían con el objetivo de debilitar la unidad del bloque de poder, al contrario, las sanciones universales unifican a los detentadores del poder. Segundo, en la medida que la crisis humanitaria se agrava, hay elementos para sospechar que algunas de las sanciones pueden llegar a incrementar la profunda crisis social, debilitando al mismo tiempo la capacidad de la sociedad para movilizarse y protestar.

Este punto muerto de la disputa por la legitimidad perjudica más la posición de Juan Guaidó que la de Nicolás Maduro por una razón clave, el control efectivo del aparato estatal, de sus instrumentos de represión y del aparato administrativo, se encuentran en manos de Maduro. Eso indica que, en una situación de bloqueo, tiene más capacidad de resistir. Y todo esto es previo a la llegada del coronavirus.

Llegó el COVID-19… y la abstención


La pandemia global del Coronavirus ha significado un trastorno de proporciones colosales en todo el mundo. A la crisis sanitaria en sí le sigue una importante crisis económica y social, a lo que debemos agregar el impacto político y la conflictividad que podría generar. Todo esto provoca que el centro de atención se coloque en la política interna, desplazando a la política exterior.

Llega la pandemia a Venezuela justamente en el momento en que Juan Guaidó impulsaba un nuevo ciclo de movilizaciones, que quedó truncado por el cierre pandémico. Las protestas que han emergido luego lo han hecho de manera dispersa, sin articulación política, vinculadas a la crisis de los servicios públicos y de los sistemas de asistencia. No parecen representar un reto sistémico para el poder.

Este es el contexto en el cual la oposición, hasta hoy dominante, liderada por Juan Guaidó, y que tiene mayoría en la actual Asamblea Nacional, toma la decisión de no participar en las elecciones parlamentarias, que Maduro convocó para el 6 de diciembre próximo. Efectivamente, serán comicios sin competitividad, realizados con unos partidos secuestrados y otros inhabilitados para presentar candidatos, con dirigentes presos, con diputados perseguidos y exiliados.

Como alternativa el sector mayoritario de la oposición promueve la realización de una consulta popular de todos los venezolanos, se encuentren dentro o fuera del país, para exigir la realización de unas elecciones competitivas, ratificar el rechazo al evento del 6 de diciembre y fortalecer al liderazgo como interlocutor ante la comunidad internacional.

Al mismo tiempo, otros sectores decidieron usar las brechas abiertas por el régimen, bien para retar al gobierno de Maduro usando sus propios instrumentos, o para presentarse como una oposición leal que podría darle respetabilidad externa, o también porque consideran que un momento electoral siempre es ocasión para construir organización y propagar un mensaje alternativo. Cualquiera que sea la motivación el resultado termina siendo similar, unas fuerzas distintas al gobierno que se presentan también divididas y enfrentadas entre sí.

A pesar de la presión internacional para garantizar una postergación de las elecciones, así como un cambio en las condiciones que garanticen su carácter competitivo, Nicolás Maduro y su entorno decidieron realizarlas el 6 de diciembre. No se perciben retados ni amenazados. En las condiciones actuales este proceso electoral parece garantizar su objetivo político, desplazar a la oposición actual del control parlamentario y consolidar su hegemonía sobre todos los poderes públicos del Estado. Un ciclo se está cerrando y el autoritarismo madurista parece consolidarse.

Atender a la nueva cartografía de Venezuela

Nicmer Evans y el chavismo disidente

La realización del evento del 6 de diciembre de 2020, no competitivo, y la instalación de una nueva Asamblea Nacional el 5 de enero de 2021, hegemónica y no pluralista, parece estar cerrando el ciclo político que se abrió con la decisión estratégica de la oposición de participar en las elecciones presidenciales de 2006.

Parece consolidarse el régimen autoritario liderado por Nicolás Maduro, que ha conseguido desplazar a la periferia a la oposición política, dividida y debilitada, sin claridad estratégica ni capacidad de articular movilizaciones que puedan retar sistémicamente al poder. Este sería el momento más oscuro de la oposición democrática desde 1999.

Ante esto, es un imperativo político realizar una nueva cartografía de la sociedad venezolana que se abre ante nuestros ojos a partir del 5 de enero de 2021. Sin embargo, esa radiografía debe partir de difíciles reconocimientos, primero, que la apuesta estratégica que se realizó en 2019, de elevar la disputa por la legitimidad del poder al ámbito geopolítico parece haber terminado en un fracaso. Esta batalla la hemos perdido.

Esta apuesta tuvo una implicación que sería necesario desandar. La escalada del tema venezolano hacia el ámbito geopolítico pareció desplazar hacia afuera el centro de decisión de la crisis. En ciertos momentos parecíamos dependientes de la política exterior de uno o dos de nuestros aliados, esto terminó debilitándonos. Contar con una gran coalición internacional de apoyo a la democratización es una fortaleza, depender del apoyo de un solo aliado es una debilidad.

Segundo, la brecha entre el liderazgo político y la sociedad parece haberse ensanchado, lo que incrementa las dificultades para que las organizaciones tengan un anclaje social profundo y extendido. Esto facilita que el impacto de la represión contra los dirigentes sea mayor, porque el costo interno a pagar es mínimo para el régimen.

La emergencia humanitaria compleja que vive la sociedad ha debilitado su capacidad de movilizarse articuladamente. Como es normal, la prioridad cotidiana para todas las familias venezolanas es la supervivencia. A la crisis de los servicios públicos, agua, electricidad, gas, se le agrega la creciente dependencia de las redes de asistencia alimentaria, los CLAP, que promueve el régimen autoritario. Existe muy poco margen para la acción colectiva autónoma en la sociedad, debilitadas las organizaciones civiles, comunitarias, políticas y sociales.

Es necesario hacer una cartografía del momento venezolano actual. Primero, de afuera hacia adentro, esto es, analizando los cambios en el contexto internacional que pueden alterar la dinámica del conflicto venezolano. Segundo, desde adentro, prestando atención a los cambios del mapa de fuerzas internas de Venezuela.

Un contexto más hostil

Respecto a los cambios en el contexto internacional a finales de 2020 y principios de 2021 es importante destacar dos procesos: el impacto económico y sociopolítico de la pandemia global y el resultado de las elecciones en Estados Unidos.

El impacto que la pandemia del coronavirus ha tenido en la economía mundial probablemente derive en un incremento importante de la conflictividad social global durante el año próximo, lo que, sumado a la crisis económica, hará que la mayor parte de los países priorice su política interna frente a la externa, lo que podría debilitar la atención sobre el caso venezolano.

Esto podría debilitar a la coalición internacional que ha apoyado a la oposición venezolana desde 2019, no tanto en su voluntad pro democracia, como en sus niveles de implicación.

Trump, Obama y Biden: tres presidentes

En Estados Unidos, la victoria de Joseph Biden y de los Demócratas, que conservan el dominio en la Cámara de Representantes y disputan el control del Senado, contribuiría a un cambio de matiz en la política norteamericana frente a Venezuela. La política frente al régimen de Maduro es bipartidista, lo que implica que el cambio no sería estructural, sino que implicaría una flexibilización de las tácticas y de las alianzas.

Con Biden es más probable que mejore la coordinación entre Estados Unidos y la Unión Europea, que era muy débil con Trump. Eso implicaría probablemente un desplazamiento de la política estadounidense hacia la posición europea, más enfocada, primero, en atender con urgencia la emergencia humanitaria, segundo, en incentivar una negociación y un acuerdo entre gobierno y oposición para llegar a procesos electorales competitivos. Eso podría facilitar los acuerdos entre la Unión Europea, el Grupo de Contacto, Estados Unidos y el Grupo de Lima, para tener una posición conjunta sobre Venezuela, que se caracterizaría más por la negociación que por la confrontación.

La consolidación autoritaria.., sin estabilidad


Respecto a la nueva cartografía política interna, esta se encuentra marcada por la decisión del gobierno de realizar unas elecciones parlamentarias el 6 de diciembre, y la decisión de la oposición mayoritaria, que tiene la mayoría en la actual Asamblea Nacional, de no participar en la misma. Los sectores de oposición que han decidido participar no han podido coordinarse para presentar un frente unido.

Todo esto indica que, a partir del 5 de enero de 2021, se instalará una nueva Asamblea Nacional, que, en un principio, no contará con el reconocimiento de la oposición mayoritaria, ni de la comunidad internacional que ha venido apoyando a Guaidó.

La oposición se encontrará más dividida y debilitada que nunca antes, mientras que el gobierno tendrá nuevamente la totalidad del control institucional de los poderes del Estado.

Tendremos una oposición extraparlamentaria, en la que probablemente la desaparición del acceso a la institucionalidad tenderá a una agudización de las disputas por el liderazgo entre radicales y moderados, así como impulsará el incremento de la represión gubernamental, por lo que probablemente tendremos más exiliados. La oposición que persista en el Parlamento lo hará en condiciones muy disminuidas, numérica y políticamente, contando con una escasa capacidad de articulación con otras fuerzas, que la podrían considerar colaboracionista.

Tocaremos fondo en 2021. Sin embargo, la consolidación autoritaria del régimen no brinda garantías de estabilización del país, ni de acceso a nuevas fuentes de recursos, por lo que es posible que la conflictividad social vuelva a desatarse en términos más bien anárquicos, sin dirección política.

La incapacidad del gobierno para estabilizar la situación económica y social, la desaparición de la oposición institucional y de alguna amenaza externa inmediata, podrían permitir que las fisuras existentes en el chavismo tuvieran una expresión política, tanto en la Asamblea Nacional, como en el seno de sus fuerzas sociales.

A lo largo de todo el país se extienden pequeños focos de protesta, desde aquellos que no tienen agua, otros que se levantan ante la ausencia de electricidad, unos más lejos protestan al no conseguir gasolina para el transporte público, unos más allá se manifiestan porque las cajas del CLAP tienen tiempo sin llegar a todos. Tenemos un mapa de la protesta social disperso y desarticulado, sin una narrativa que los vincule a todos, con una gran desconfianza frente al liderazgo político, rojo o del color que sea.

Revertir el autoritarismo… retomar la ruta democratizadora


Para que este momento de consolidación autoritaria se detenga y empiece a revertirse, se requiere de una nueva mirada de lo que estará ocurriendo en Venezuela en 2021, abriéndose la oportunidad de la conformación de movimientos sociales democratizadores que crucen las fronteras tradicionales entre chavismo y oposición, incorporando sectores descontentos del chavismo con sectores opositores, tradicionales o nuevos.

La comunicación entre la oposición extra-parlamentaria y la que esté presente en la nueva Asamblea Nacional será imprescindible, así como la que se establezca con aquellos líderes disidentes del chavismo que podrían estar en el nuevo parlamento, también en ámbitos nacionales, regionales o municipales. La existencia de gobernadores y alcaldes democráticos funciona como apalancamiento para la reconstrucción.

La dirigencia política que ha liderado la oposición democrática desde 2006, tras desaparecer de la Asamblea Nacional, puede perder su preeminencia relativa dentro de los sectores opositores. Probablemente será retada de múltiples maneras, bien por los más radicales, como María Corina Machado, quienes pretenden sustituirlos, bien por aquellos a los que se les permitió participar, como Henri Falcón o el MAS, que harán uso de su polémica presencia institucional para erigirse como interlocutores efectivos ante una sociedad sufriente.

Este aplanamiento del liderazgo es una amenaza y una oportunidad. Puede derivar en un caos interno, al no poder resolverse la coordinación entre las distintas debilidades. También podría derivar en una radicalización encapsulada, es decir, aislada del resto de la sociedad, hablándole a un nicho con poca capacidad de incidencia. Un tercer escenario podría derivar en un desplazamiento externo, si se impone la línea de continuidad administrativa que desemboca en “gobierno en el exilio”, perdiendo vinculación con la sociedad, sumergiéndose en disputas cortesanas allende las fronteras.

El llamado de atención de Capriles

Un cuarto escenario es el que podría derivar en la emergencia de una nueva configuración de sus relaciones con la sociedad. Esto es, la constitución de una nueva organización plural con nuevo mensaje inclusivo, que pase por cambiar el marco para pensar la crisis venezolana. El 2 de febrero el chavismo cumplirá 22 años en el poder, le han dado forma a la Venezuela actual, no son un gobierno sino todo un régimen político. Eso tiene una implicación trascendental, no podremos retornar a la ruta de la democratización de Venezuela sin el apoyo de sectores internos del chavismo.

Volver a tejer la trama social que le da forma a la convivencia entre los venezolanos implica una construcción, masiva, de puentes sociales, que pasen a través de las fronteras culturales que se han venido construyendo por más de dos décadas. La democratización de la sociedad tiene que ser fruto de un esfuerzo colectivo, derivado del reconocimiento de las diferencias y de la existencia de pactos fundacionales comunes.

Hemos pensado recurrentemente el retorno a la democracia bajo lo forma de una “salida”, es decir, centrándonos en el desplazamiento del chavismo fuera del poder, y su sustitución por los dirigentes de la oposición democrática. Esto es, en provocar el derrumbe del régimen autoritario y la subsiguiente restauración del régimen democrático. No tenemos hoy la fuerza para imponer ese desplazamiento. Al no tener la fuerza es un imperativo entrar en procesos de negociación.

Sin embargo, hasta ahora las negociaciones también han fracasado, al no haberse generado los incentivos para que los que están en el poder se retiren. Para avanzar en una negociación también se requiere fuerza, capacidad de movilización e implantación social. Ahora carecemos de estos elementos.

Es posible que sea necesaria también la emergencia de otra perspectiva, haciendo énfasis en la “entrada en” un nuevo funcionamiento de las instituciones políticas. Esto es, avanzar en un proceso conjunto de reformas internas en el régimen para incrementar la competencia, para democratizar al sistema. No sería entonces ir a negociar su salida, sino pactar la entrada normalizada de los sectores democráticos a la política, la tolerancia y aceptación del pluralismo social y político, el cese de la persecución y la represión.

Habría que centrarse en la modificación de las reglas de funcionamiento de la vida política y social, en su democratización, dentro del marco de lo establecido en la Constitución de 1999. En resumen, no se está en capacidad de imponer la salida de nadie, sino a lo sumo de pactar la entrada de todos, el reconocimiento de la legitimidad de la pluralidad política y social que conforma a Venezuela.

Este proceso puede iniciarse durante el año 2021, como punto de inicio de la conformación de un movimiento democratizador transversal, pero podría extenderse hasta el año 2024, con la realización de unas elecciones presidenciales, o incluso hasta el año 2030.

Detener la autocratización, y pasar a una democratización, implica un proceso de normalización de la vida social, seguida de una liberalización y apertura de la vida política, que pasa a través de una sucesión de procesos electorales pactados, y de acuerdos de convivencia que eviten persecución y represión.

La prioridad absoluta es la atención urgente a la emergencia humanitaria, superarla es el eje central de la normalización de la vida social. Mientras la vida de los venezolanos se mantenga en un estado de precariedad y vulnerabilidad como el que se expresa en la emergencia humanitaria compleja que estamos viviendo, no será posible que la sociedad pueda organizarse y movilizarse para retar al autoritarismo.

Por ende, es prioritario permitir a la sociedad salir de la emergencia vital, generar los cambios en las condiciones de vida, que le faciliten acceso a alimentos, medicinas, a servicios públicos vitales, como los sanitarios, el agua y la electricidad, así como la reactivación del transporte público, la gasolina, para tejer redes productivas y de comercialización.

En segundo lugar, es clave construir puentes para una liberalización de la vida cívica y una apertura política que permita a los venezolanos reiniciar el proceso de democratización, que ha sido el gran proyecto nacional de nuestro siglo XX.

En resumen, el abismo al que nos enfrentamos todos nos produce un vértigo movilizador. Ese vértigo podría ser el inicio de la conformación de un gran movimiento nacional democratizador, de carácter transversal e inclusivo, con disposición a negociar un cronograma de procesos electorales libres, abiertos y competitivos, sin presos políticos, con todos los partidos habilitados para presentar candidaturas, sin exiliados ni perseguidos.

Nos toca empezar desde cero, desde el punto más bajo que ha vivido la sociedad venezolana desde el inicio de su vida republicana. Valgan estas palabras para avanzar.

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