La cotidianidad trastornada |
El
hombre es un animal de costumbres, de hábitos, de recurrentes conductas
aprendidas socialmente. Así se van formando instituciones sociales que hemos
dado por sentadas. La vida cotidiana se sostiene a través de estos hábitos
heredados, de generación en generación, que se transfieren de madres a hijos,
de abuelas a nietas. Esto conformó un tejido social, una red que se había
venido sosteniendo fundamentalmente por la existencia de un conjunto de
certezas, de una confianza fundamental en lo previsible. En Venezuela toda esta
estructura de relaciones, de vínculos, se ha venido deshilachando, se ha roto
la confianza, la incertidumbre y el miedo han enseñoreado la cotidianidad hasta
marcar una peligrosa forma de disolución: el reino del “sálvese quien pueda”.
En
segundo término está el Estado, una estructura de poder, una manera de entender
el orden, de configurar los patrones políticos, el principio de autoridad y su
legitimidad, los patrones económicos, las reglas del intercambio, los patrones
de incentivos y castigos a determinadas conductas. El Estado, un producto
sociohistórico, es también un conjunto estructurado de conductas, sostenido
sobre percepciones y sobre realidades de fuerza y de legitimidad, que modela el
orden social a través de un sistema de incentivos y castigos.
Los causahabientes, la construcción del Estado |
En
Venezuela la construcción de esta institucionalidad nos ha llevado más de cinco
siglos, con flujos y reflujos, con tránsitos del Estado monárquico hispano al
Republicano criollo, al democrático venezolano. En la construcción del orden
político hemos tenido períodos de progresiva y conflictiva implantación, entre
el siglo XVI y el siglo XVIII, de reformulación traumática, durante la
emergencia del orden republicano de principios del siglo XIX, de difícil
coexistencia entre el caudillismo y la institucionalidad republicana liberal,
en medio de “revoluciones” y guerras civiles decimonónicas. Bajo el signo del
recurso petrolero avanzamos en la conformación de un Estado más moderno y de un
orden público más extendido e integrador, de un orden político que pasó de
esquemas autoritarios patrimonialistas a democráticos en el período de luchas
cívicas del siglo XX. Este Estado, con su orden público y su legitimidad, con
sus incentivos y sus castigos, también se nos está viniendo abajo a principios
del siglo XXI.
La
sociedad de va transformando a través del sistema de incentivos y de castigos,
formales e informales, repitiendo patrones de conducta que son premiados, e inhibiendo
las conductas que son castigadas. El retroceso del Estado, en lo que a orden
público se refiere, y el deshilachar de las redes de confianza social, se
expresa en la expansión de fenómenos terribles como los linchamientos, los
saqueos, las “zonas de paz”, el crimen organizado y sus megabandas, en los toques de queda decretados por grupos
criminales, en el estado de excepción que desde hace años vive la sociedad,
marcada en su cotidianidad por el miedo, la incertidumbre y la desconfianza.
Releyendo al Leviatán, viviendo el estado de naturaleza |
Cual
estado de naturaleza hobbesiano una parte creciente de la sociedad venezolana
vive en un estado de zozobra permanente, de guerra de todos contra todos,
sometidos a la voluntad del más fuerte. En este escenario, sin poder confiar en
la policía, sin confiar en la eficacia de los tribunales, sin confiar en un
sistema carcelario, una parte de la sociedad venezolana se ha venido
feudalizando.
Cada
día más comunidades se refugian en sus casas, en medio de una crisis de
servicios públicos, de escasez de alimentos, de medicinas, con el mercado
destruido, sin más referencia de una figura de poder que el delincuente o las
bandas de delincuentes que dominan la zona con total impunidad. Se extiende la
percepción de que es mejor “un pran único que la anarquía”, que preferible el
dominio de un pran que la guerra, que se prefiere la “paz malandra” al caos. Unos
nuevos señores de la guerra, con un
vínculo delincuencial claro, dominan territorios donde el Estado ha decidido
retroceder y ausentarse. Definitivamente, para entender a Venezuela hay que
releer a Hobbes. Estas pueden ser las crónicas epilépticas de un Leviatán
desahuciado.
Al
momento en que cae un delincuente, Fuenteovejuna
imparte venganza, el linchamiento emerge como catarsis reivindicativa de una
frustración, de una rabia acumulada por la impunidad que el Estado tolera y aúpa.
Las pocas veces que llega la policía es para salvar al linchado de la turba
anónima. No es al delincuente particular al que se está linchando, esta persona
se ha convertido en una etiqueta, en la representación de todos los
delincuentes que esa comunidad ha sufrido, ha sido despersonalizado, vaciado de
identidad, cosificado, deshumanizado, solo así el linchamiento se hace posible,
solo así un centenar de “personas de bien” se convierte en una turba asesina.
La nomenklatura tiene su guardia pretoriana |
El
orden público se ha convertido en el orden privado de los pranes, de los
grandes jefes de las bandas organizadas, de una Guardia Nacional y una Fuerza
Armada convertidas en guardias pretorianas de una pequeña nomenklatura que
trata a Venezuela como su patrimonio clánico, que usa la represión para evitar
su desplazamiento de un poder cada vez más reducido, que emplea las armas para
establecer una barrera frente al resto de la población. Ellos también están
encerrados, y las Fuerzas Armadas están privatizadas, cual hueste feudal. La nomenklatura es el nuevo pranato.
Esta
feudalización, con la desaparición de lo público, del accionar colectivo, tiene
su expresión en las más diversas capas de la sociedad. En un municipio de la
capital la configuración y preservación de una fuerza policial eficiente se
enfrenta a una dura realidad, los mejores policías, un bien público de primer
orden, son reclutados rápidamente para la seguridad privada de quien pueda
pagarlo. Se forman policías para asegurar un orden público, son privatizados
como escoltas o guardaespaldas de quienes viven con miedo pero pueden pagarse
una seguridad privada. Las urbanizaciones de los sectores medios se encierran
sobre sí mismas, emerge una red de feudos detrás de alambradas, garitas,
custodiadas por escoltas y guardias privados.
Lo
que nos queda de orden público es fruto de la inercia social, es la vieja
costumbre de ver el semáforo antes de cruzar, de ir al trabajo cada día, de
transitar las calles mañana tras mañana. Pero la desaparición de los incentivos
que hacen posible sostener estos hábitos deriva en un languidecer de la vida
colectiva, en un apagar progresivo de lo común, hasta que finalmente el lobo
que yacía dormido bajo todos nosotros emerja con toda su fiereza a imponer su
voluntad.
¿Y la política? Danzando sobre la piel de zapa
No hay política sin Estado |
El
retroceso del Estado es también el retroceso de la política, la creciente
impotencia de la política para ejercer efectivo control sobre el territorio y
para organizar la vida social y económica. Unos pocos ingenuos creen en salir
del régimen actual a través de un soft-landing,
que nos conduzca tersamente, de elección en elección, de veinte gobernaciones a
doscientas alcaldías, de 2016 a 2017, hasta que el poder descienda suavemente
en manos de las fuerzas democráticas en febrero de 2019, como un fruto jugoso
que cae del árbol al madurar.
Los
pocos que, secreta o públicamente, escogen creer en esta transición suave a la
democracia no han prestado atención a las consecuencias que sobre la política
tiene el retroceso y desaparición progresiva del Estado y del orden público.
Prefieren no enfrentar la posibilidad de que nos podamos estar dirigiendo a un
aterrizaje suave a ninguna parte, donde esperaríamos ver un aeropuerto al final
del recorrido, ni un viejo aeródromo esperaría nuestra llegada, solo una tierra
yerma, hostil, dominada por los lobos. La impotencia sería su destino.
Es
aquí donde la urgencia del cambio político emerge, porque mientras más tiempo
pase para este cambio, menos Estado tendremos para gobernar, sin Estado no hay
reformas posibles, sin orden público no hay mercado reconstruible, ni
empresariado a rescatar, ni emprendimiento a aupar, ni inversión que recibir y
encausar.
Las
elites políticas, bien sean de oposición o gobierno, nos encontramos danzando
sobre una piel de zapa que se reduce con cada vuelta de tuerca, con cada
Decreto inoperante, con cada declaración, con cada Ley sin aplicar, con cada
rueda de prensa que se acumula sobre otra rueda de prensa. Eso explica la
encrucijada a la que nos enfrentamos.
La encrucijada: disolución, autocratización o transición a la democracia
La transición a la democracia no está asegurada |
Frente
al escenario de la disolución del Estado, del orden público y de la vida social
como la conocemos, emergen dos vías de salida, una que conduce a una acelerada autocratización
del sistema, a la transformación de este régimen híbrido decadente en un
autoritarismo cerrado, en una dictadura abierta, y otra vía que nos podría
llevar a una transición política y económica que nos coloque en el puerto
seguro de una democracia funcional.
Ninguna
de estas alternativas es una condena, el camino que recorramos será hijo de
nuestras decisiones, será fruto de nuestras luchas o de la falta de ellas. Está
claro que la gran mayoría del pueblo venezolano exige un cambio político urgente,
hay un rechazo mayoritario contra la Presidencia de Nicolás Maduro y contra las
políticas que nos han llevado a la crisis actual. En estas condiciones el PSUV
no puede ganar ningunas elecciones limpias. Al presentarse un referéndum
revocatorio la derrota del gobierno sería abrumadora. La nomenklatura reinante se encuentra haciendo uso del poder en contra
de la voluntad de la mayoría de los ciudadanos. De allí que la política de cerco
contra el Parlamento lo que hace es aislar cada día más al gobierno, quien se encuentra
atrincherado y de espaldas a la sociedad.
En
ese sentido el principal activo, el gran capital político, de las fuerzas
democráticas es contar con el apoyo mayoritario de la población al momento de
enfrentar un proceso electoral, desde un referéndum revocatorio hasta unas
elecciones regionales.
El sistema puede autocratizarse |
Frente
a esto las fuerzas que promueven la autocratización del sistema se han venido
reorganizando luego de la derrota electoral del 6 de diciembre de 2015. Cerco
institucional, intimidación militar y represión han sido las estrategias
escogidas para bloquear los caminos de la democracia.
Desarrollan
hoy una política de cerco institucional y aislamiento contra la Asamblea
Nacional, castrando sus funciones, pretendiendo anular sus capacidades
legislativas, de control del poder y de deliberación pública. El uso que han
hecho del Tribunal Supremo de Justicia, especialmente de la Sala
Constitucional, para bloquear la acción parlamentaria es un mensaje claro para
sembrar impotencia y frustración en el ciudadano. La impotencia del ciudadano
es la fuerza de la nomenklatura
autoritaria.
Las
iniciativas del Ejecutivo, que se expresan, por ejemplo, en la reciente declaratoria
del Estado de Excepción, usando a la crisis económica como excusa, es la
plataforma de una mayor represión contra la disidencia. Desde hace tiempo
estamos bajo un gobierno militarizado, y diversas leyes han montado una
securitización del orden interno. Las Fuerzas Armadas tienen más poder que
nunca antes, controlando flujos e instituciones.
La
autocratización puede tomar varios derroteros. Primero, puede asumir la forma
de una continuidad autoritaria con Nicolás Maduro en la Presidencia hasta 2019,
bloqueando el referéndum revocatorio y restringiendo progresivamente el campo
de acción de los partidos políticos y organizaciones de la disidencia para
generar un entorno hostil para la expresión autónoma de los ciudadanos. El cerco
a la Asamblea Nacional podría terminar, en este escenario, con una disolución del
Parlamento.
Segundo,
puede tomar la forma de una continuidad autoritaria sin Maduro, promoviendo
incluso la salida del Presidente a cambio de la continuidad del régimen y del
poder de su nomenklatura, de sus
negocios y sus prácticas, incluyendo la selección de un Vicepresidente antes de
un Referéndum Revocatorio a realizar en 2017.
Tercero,
promoviendo una “falsa transición” con autocratización, para sustituir al
Presidente sin referendo revocatorio ni nuevas elecciones presidenciales, con
continuidad del régimen político, postergando la realización de unas elecciones
libres y plurales. Se generaría un sistema con tutelaje militar probablemente
con un programa “modernizador” pero sin democracia.
Cualquiera
de estos escenarios sería acompañado por un reforzamiento de la militarización
del poder y de la represión, por la continuidad en las políticas autoritarias y
por la conversión del presente régimen en un autoritarismo cerrado.
Las
fuerzas que promovemos la democratización, la transición a la democracia,
tenemos a nuestro favor la voluntad mayoritaria de una ciudadanía que apuesta
por un cambio estructural, de gobierno, de régimen político y de modelo
económico. Esa mayoría se expresa electoralmente, pero también debe ser
movilizada en la calle, como hemos venido demostrando en la campaña por el referéndum
revocatorio.
Los
mecanismos de movilización y confrontación coexisten con los de diálogo
político y social. Ese diálogo tienen prioridades, primero se deben consolidar
vínculos orgánicos con las víctimas de la crisis, con quienes están sufriendo la
escasez, la inflación y la delincuencia, incluyendo a sectores que vienen del
chavismo; en segundo lugar, con los actores sociales con capacidad de movilizar
esfuerzos y recursos para salir del presente estado de postración productiva,
con las fuerzas vivas de la sociedad, con los gremios profesionales, con los
empresarios, con los productores; en tercer lugar, con la comunidad
internacional, para pasar de la sensibilización ante la crisis venezolana a la
ratificación de que existen fuerzas democráticas con un programa alternativo
con capacidad para enfrentar responsablemente la crisis.
Existe
la tentación de llegar a un diálogo extemporáneo con el gobierno. Pero esto
requiere un conjunto clave de precondiciones, primero, debe quedar claro que el
objetivo de todo diálogo deber ser viabilizar el cambio democrático, segundo,
se deben generar los incentivos en el gobierno para al sentarse con la
oposición tenga disposición a ceder poder, a retroceder y abrir paso a la
democracia, esto solo se logra con una movilización que el gobierno no pueda
frenar, y tercero, una agenda de cambio que combine la respuesta política
democratizadora con el desmontaje del modelo económico empobrecedor.
Hay
cinco grandes arenas de lucha, y todas ellas están en movimiento en la actualidad.
La AN como vanguardia del cambio |
La arena
electoral:
La Mesa de Unidad Democrática ha mostrado consistencia y efectividad en dar la
lucha en la arena electoral, y las fuerzas democráticas han aprovechado la existencia
de esos mecanismos para conquistar espacios para la democracia.
La arena
legislativa: En la Asamblea Nacional se encuentra la vanguardia
de las fuerzas democratizadoras de Venezuela, desde este foro de la Nación se
posiciona, frente al país y frente al mundo, las vías del cambio a la
democracia.
La arena
judicial:
En la arena judicial el control gubernamental sobre el Tribunal Supremo de
Justicia se muestra férreo, hasta convertir a su Sala Constitucional en
instrumento de anulación del Parlamento. Hay que seguir presionando con fuerza
a esta institución.
La arena
de la opinión pública: La tercera arena son los medios de comunicación,
en la medida en que se acerque el cambio democrático es más probable que la
autocensura retroceda pero que la censura directa se haga mayor.
La movilización
en calle:
la presión social con las movilizaciones pacíficas, con mecanismos no-violentos,
es un imperativo para lograr impulsar el cambio y darle cauce a la legítima protesta
vinculada a la crisis económica y de servicios públicos.
Sin movilización no hay cambio democrático |
El cambio
es una necesidad perentoria de la sociedad. El peligro es que el tiempo juega a
favor de la autocratización, que se convierte en la respuesta última a un
proceso de disolución del orden público y del Estado, incluso con la salida del
presente gobierno, podría este ser sustituido por uno de signo más autoritario.
Pero solo la democratización, la transición a la democracia, brinda
oportunidades sostenibles de recuperación económica. No será la inercia lo que
nos traerá la democracia, será la lucha política y social. Las movilizaciones de
los últimos días son una buena señal en la dirección correcta.
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