Caracas, 2015 |
Las últimas luces del sol caen
sobre la ciudad, algunos charcos quedan en las calles reflejando los naranjas y
rosas del atardecer. La lluvia pasó por aquí hace rato, una multitud se
arremolina, una nueva cola se deja entrever, magnética, seductora. Unos detrás
de otros, cada quien con sus vivencias, con sus necesidades, con sus historias,
largas filas se acumulan, doñas de la juventud prolongada, jóvenes avejentados,
hombres maduros, algunos desempleados, otros escapados de su casa, muchos
revendedores esperando su oportunidad, algunos oportunistas desubicados, algún
carterista buscando una víctima inocente, muchas madres preocupadas, hijos
buscando la medicina de sus madres y padres. La escena se repite desde la
puerta de supermercados y abastos, en farmacias y hasta en bombas de gasolina,
filas que salen a la calle, colas que le dan la vuelta a la cuadra.
En la esquina alguien pregunta,
“¿para qué es esta cola?” Una señora que con una bolsa lleva dos horas parada voltea
y responde, “no sé, pero me dijeron que pronto llegaría leche”. El curioso
avanza más allá, se acerca a la puerta del establecimiento, consigue hacer
contacto visual con una empleada, “¿qué hay?” pregunta, la muchacha responde a
todo pulmón, “en un par de horas llegará el camión”. Murmullos se esparcen por
la cola. No queda claro el objeto, pero la realidad es que el curioso se
convierte en otro habitante de este nuevo ritual urbano, a la espera que algo
llegue.
Venezuela, 2015 |
Muchos se quejan, todos saben que
las cosas están mal y que todo empeorará antes de mejorar, pero nadie se mueve
de la fila, nadie quiere perder su puesto. El vestuario que acompaña el rito es
variopinto, jeans y franelas por allí, un vestido avejentado por allá, unos
uniformes de oficina, algunos paraguas alertas en caso de que la lluvia vuelva
a sorprender, sandalias, zapatos, botas, uno detrás del otro.
Dos guardias nacionales y un par de
policías nacionales caminan al ras de la cola, pasando la vista entre la
multitud, apenas llegan a los veinte años de edad, delgados, con armas que no
están seguros de dominar. Pretenden ser la representación de un “orden”, creen
generar respeto y apenas algo de temor desatan entre apresurados transeúntes.
Cada quien tiene su cola, añorante,
sediciosa, alguna nos encontrará al salir, como una cita programada, la de la
leche, la de la harina, la de la farmacia. En menos de lo que nos demos cuenta
ya estaremos ubicados, localizados, detrás de uno que llegó primero, delante de
otra que se quedó un rato distraída. Nuestra cola espera por nosotros.
[…]
Unión Soviética y sus colas para comprar pan. |
Las colas recurrentes, la escasez,
el control de precios, el racionamiento planificado como si de una gracia real
se tratara, el contrabando, el mercado negro, todo forma parte sustancial del
sistema, son expresión del fracaso estrepitoso de un modelo político y
económico diseñado para destruir cualquier rastro de autonomía individual en la
sociedad, diseñado para convertirnos de ciudadanos en súbditos agradecidos por
las migajas que a nuestras manos llegan.
No somos los únicos, ni somos los
primeros. Durante las guerras efectivamente se generó escasez y se implantaron
medidas de racionamiento, con tarjetas incluidas, la experiencia de la Segunda
Guerra Mundial fue clara en ese sentido. Durante desastres naturales de alto
impacto también se han visto. Pero en tiempos de paz expresan un esquema de
gestión de la economía que ha demostrado su fracaso en cada ocasión que se ha
impuesto. Las colas son rito diario en los países comunistas que quedan, en
Cuba, en Corea del Norte, forman parte de su día a día. Aquellos que conocieron
a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas tienen recuerdos claros de
estos rituales, Polonia, Bulgaria, Rumania, la Alemania del Este, todos
recuerdan, aunque no quieran, las horas perdidas en estas jornadas.
Polonia |
Los revendedores forman parte de
este sistema, que es corrupto y corruptor al mismo tiempo. Quienes vivieron
bajo estos regímenes también tienen claro que la vida era posible gracias al
mercado negro, al contrabando, a lo que en la España franquista llamaban el
estraperlo. Porque el contrabando es el correlato inevitable de la escasez y de
los controles discrecionales que inhiben la producción destruyendo todo
incentivo. Los revendedores que pululan en la redoma de Petare, en Catia, en
zonas populares de nuestras ciudades, presentando a los peatones los productos
a precios que triplican los oficiales, saben bien a lo que nos referimos.
En la Cuba de los Castro, en la
China de Mao, en el Vietnam de Ho Chi Minh, en la Unión Soviética de Brezhnev,
en la RDA de Honecker, la vida se resolvía por los caminos verdes, por debajo
de una legalidad imposible, de una racionalización planificada que era
inviable, que pretendía negar la realidad imponiéndole el voluntarismo
racionalista de unos pocos. La vida se abre paso en los entresijos de una
legalidad absurda.
Bucarest en 1982 |
La Ley Orgánica de Precios Justos, publicada
en Gaceta Oficial el 23 de enero de 2014, constituye una de las iniciativas
legales que ha hecho más por inhibir cualquier posibilidad de producir y
comerciar de manera autónoma, así como ha sido corresponsable de propiciar la
aparición y expansión de un inmenso mercado negro, lleno de revendedores,
promoviendo la creación de una gigantesca red de corrupción.
Todo el entramado burocrático que
ha crecido alrededor de esta Ley es terreno fértil para la corrupción, para la
expansión del mercado negro que dice combatir. La Superintendencia de Precios
Justos, con sus burócratas, es corresponsable de las colas que nos afectan, es
protagonista central de la escasez, es promotora real de los revendedores que
compran aquí y allá a precios regulados la mercancía para luego colocarla un
poco más lejos y revenderla al triple del precio oficial.
Como ocurría en los ejemplos
anteriores, el acceso a los productos escasos se encuentra políticamente en
manos de aquellos que controlan el poder, que manejan las divisas que ingresan
al país, que otorgan o niegan los permisos de importación, quienes dominan las
plantas de producción expropiadas, quienes otorgan las “guías” que permiten el
traslado y distribución de mercancía, en fin, una red de burócratas y
funcionarios que controlan discrecionalmente la solución a las necesidades
vitales de las personas. Los que destruyen la posibilidad de producir son los
que tienen la llave de acceso de la que se alimenta el mercado negro. El
sistema es corrupto y corruptor.
Venezuela, 2014 y 2015 |
Esto no lo resuelve el gobierno importando
nerviosamente más comida con petrodólares menguantes, ni lanzando discursos altisonantes
llamando a producir más mientras todas las acciones políticas crean un entorno
que lo imposibilita. Tampoco bastan encuentros regulares con algunos
empresarios que no cambian ninguna regla de juego en la economía.
El gobierno es incapaz de generar
confianza porque cada paso que da y cada categoría que maneja nos hunden más,
siendo la única guerra económica existente aquella que conduce Nicolás Maduro desde
Miraflores contra las fuerzas productivas venezolanas, y que ha destruido el
valor del bolívar y el aparato productivo nacional, creando un entorno hostil
para cualquier negocio honesto.
El paraíso de la escasez en la URSS |
Es obligatorio romper el círculo
vicioso que va de los controles a la escasez, de la escasez al contrabando y
del contrabando a los nuevos controles, y ahoga toda posibilidad de incrementar
la producción nacional, de facilitar el acceso regular, cotidiano, a los
alimentos y a las medicinas.
Con esta Ley de Precios Justos la
escasez y las colas se entronizarán de manera permanente. Con el entorno económico
hostil que el gobierno ha generado no llegará ni la producción ni la inversión
que podría llenar los anaqueles. Hay que devolver las tierras e industrias
expropiadas porque dichas expropiaciones no solo han destruido la producción
sino que han sembrado la certeza global de que en Venezuela no se respeta la
propiedad privada.
Ya pasó el tiempo de las reformas
en el sistema. El modelo económico y político, el “legado”, tiene que ser
desmontado en su totalidad para que Venezuela pueda volver a producir, para que
finalicen las colas, y para que el acceso a los bienes y servicios necesarios
para tener calidad de vida sea una realidad universal, sin tener que sacrificar
horas de nuestra vida en una cola preguntándonos, ¿será que ya llegó la leche?
"Precios justos": un fracaso en todos los sentidos |
Cada día está más clara la
convicción de que sin un cambio político el cambio económico será imposible, la
crisis de la economía seguirá profundizándose sin un cambio en el
funcionamiento y en la correlación del poder. La nomenklatura, militar y civil, que medra alrededor de Nicolás
Maduro no tiene capacidad para adelantar las transformaciones necesarias. Esa
mezcla turbia de dogmatismo ideológico, incapacidad técnica, adicción a los
beneficios particulares que obtienen del sistema, y miedo al tremedal que los
arrastra, impide que el cambio se abra camino con los “herederos del legado”.
El sol se pone contra ellos.
[…]
La Guardia Nacional "resguardando" las colas |
Como cada noche, la ciudad es
tomada finalmente por el oscuro manto, se desata una ligera garúa que empapa a
todos, los paraguas se abren, la cola sigue detenida rodeando la cuadra, nadie
abandona su puesto, un camión dobla la esquina, la guardia se mueve para evitar
que la multitud asalte el transporte. El murmullo se extiende por la cola, la
tensión se palpa en el aire, la tentación de la represión está a la orden del
día. La gente está ansiosa, los guardias están nerviosos, los empleados
también, el conductor del camión no sabe qué hacer. La lluvia cae. La escena se
repite, en cada supermercado, en los Mercal, en las farmacias. Una cola espera
por ti, un desasosiego, una necesidad, una pregunta… ¿llegó la leche?
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