¿Tendremos elecciones? ¿Cuándo y cómo? |
Grandes
cuestiones en la vida humana dependen de hacer la pregunta correcta. Avanzamos
más a partir de nuestras dudas que sobre nuestras certezas. Por eso decidí
comenzar este escrito escudriñando alrededor de una interrogante fundamental
para poner en claro el futuro inmediato de Venezuela.
El deslizamiento autocratizante
Desde
las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015 la dinámica del sistema
político venezolano no ha dejado de fluir. Hasta hace poco tiempo podíamos
caracterizar al régimen como un autoritarismo competitivo. Hoy la
autocratización ha venido avanzando hasta eliminar los escasos rasgos
competitivos del sistema, Venezuela está sumergida en un régimen autoritario
que viola los Derechos Humanos, persigue y encarcela a la disidencia, controla
los medios de comunicación y, finalmente, confisca el derecho de los
venezolanos a votar.
Luego
de que la oposición democrática obtuviera las dos terceras partes de la
Asamblea Nacional el gobierno de Nicolás Maduro apretó el cerco, estableciendo
un verdadero estado de sitio contra el Parlamento. Utilizando recursos
judiciales, financieros, presupuestarios, políticos y fácticos obstaculizó el
funcionamiento autónomo del Poder Legislativo impidiéndole legislar y controlar
al poder. El apresamiento de un diputado en ejercicio, violando la inmunidad
parlamentaria, fue el cruce de una nueva raya amarilla en la destrucción de la
institución parlamentaria.
Tareck: radicalización y autocratización |
Sabiendo
que el chavismo, en las críticas condiciones actuales, no tiene capacidad de
ganar ningún evento electoral, el gobierno tomó la arriesgada decisión de
bloquear toda posibilidad de un referéndum revocatorio en 2016. Incluso fue más
allá, violentando la Constitución, decidió evadir las elecciones regionales que
debían realizarse a finales de año. En el mismo sentido varios voceros del
chavismo, e incluso el mismo Presidente Maduro, han dejado deslizar una amenaza
clara, en Venezuela no tendremos nuevas elecciones mientras no existan
posibilidades de un triunfo chavista.
Utilizando
un Comando Nacional Antigolpe, dominado por los militares, la recién estrenada
vicepresidencia de Tareck El Aissami ha puesto en ejecución una arremetida
autoritaria de amplio alcance. El SEBIN, policía política del régimen autoritario,
protagoniza razzias contra opositores, siembra evidencias falsas contra
disidentes, los secuestra y encarcela violentando derechos. El cerco se cierra
sobre Venezuela.
El abismo que nos separa de las elecciones
Compromiso con la vía electoral |
En
esta circunstancia la pregunta que titula este artículo cobra especial
vigencia. Desde la Mesa de Unidad Democrática los distintos factores de la
oposición han impulsado un cambio político a través de medios pacíficos,
democráticos, constitucionales y electorales. Esta estrategia, de acumulación
de fuerza con expresión electoral, ha traído consigo importantes éxitos desde
que se retomó la vía electoral en 2006. Pero la respuesta gubernamental ha sido
autocratizarse más y más. Tras cada evento electoral el régimen se cierra sobre
sí mismo, la elite gubernamental se atrinchera en el poder, y se bloquean los
caminos que llevarían a su sustitución.
¿Qué
es necesario para que sea posible una solución electoral de la crisis
venezolana? ¿Qué garantía existe de que el gobierno convoque elecciones regionales
y municipales en 2017? ¿Qué garantía existe de que convoque elecciones
presidenciales en 2018? ¿Qué pasó con la convocatoria para el referéndum
revocatorio presidencial?
Incluso
podemos complejizar las preguntas, ¿qué garantías existen de que el gobierno
permita la participación de la oposición en un evento electoral futuro? El
manto de la ilegalización se cierne sobre las organizaciones políticas de la
oposición venezolana, el Consejo Nacional Electoral y el TSJ tienen en sus
manos la posibilidad de sacar del juego electoral a los partidos políticos que
forman parte de la MUD. Inhabilitaciones políticas han caído sobre muchos
dirigentes, nacionales, regionales y locales, la persecución obliga a muchos a
esconderse o salir del país.
¿Seguirá Venezuela el mal ejemplo de Nicaragua? |
¿Podría
plantearse el gobierno convocar unas elecciones sin dejar participar a la
oposición? ¿Servirá el mal ejemplo de Nicaragua de espejo para el futuro
venezolano? Hay regímenes autoritarios que pretenden, en determinadas
circunstancias, escoger su oposición, lanzando algunas a la ilegalidad,
proscribiendo liderazgos, aupando otros. ¿Se planteará el chavismo un teatro de
esa calidad para 2017 o para el 2018?
Si
depende del gobierno en Venezuela no volveremos a tener elecciones libres,
plurales, justas y limpias. La cuestión es lograr que no dependa del gobierno.
El poder se basa en obligar a otro a hacer algo que, en principio, no quiere o
no está dispuesto a hacer. Es allí donde la oposición democrática debe
demostrar el ejercicio de su propio poder.
Factores desigualmente ambiguos
Hay
quienes señalan que varios factores "obligarán" al gobierno, no solo
a convocar elecciones, sino también a entregar el poder. Me permito tener dudas
al respecto, pero vamos a repasar algunos de estos elementos catalizadores de
un cambio político en Venezuela.
¿La crisis asegura el cambio político? |
Primero,
la crisis socioeconómica. Venezuela ha perdido en tres años la quinta parte de
su producto interno, la inflación puede alcanzar dos mil por ciento en 2017, la
destrucción de la capacidad productiva interna y la reducción sustancial de las
importaciones han llevado el hambre a la vida de los venezolanos, multitudes
escarban cada día en la basura buscando comida en todo el país. El gobierno
aprovecha esta situación para distribuir la escasez a través de los CLAPS, que
funcionan además como mecanismos de control político y social. La creación de
un “carnet” para distribuir alimentos es un preocupante paso en la
consolidación de todo un aparato para controlar a la población a partir de la
manipulación de sus necesidades más básicas.
Pero
la crisis económica, y la legítima protesta vinculada al hambre y al
empobrecimiento generalizado, no obligan necesariamente a un gobierno a llamar
a elecciones libres. Se requiere una correa de transmisión entre la protesta
social y la movilización política. Eso no se da solo, eso debe construirse
voluntariamente. ¿Cómo están esas correas de transmisión? ¿Cómo están los
vínculos entre los distintos movimientos sociales que pueden hacer de la
indignación ciudadana una presión que mueva las estructuras de poder hacia algo
distinto que la consolidación autoritaria?
Segundo,
la comunidad internacional. Se sostiene que, en el siglo XXI, no es posible la
consolidación de un régimen autoritario, y mucho menos en el espacio
latinoamericano. Suponen algunos que el proclamado compromiso con la democracia
caería como pesado fardo sobre todo régimen que pretenda eternizarse de manera
autoritaria.
El fracaso de la Primavera Árabe impulsó el conservadurismo |
Lamento
tener una percepción distinta. El amargo final de la Primavera Árabe en 2011
contribuyó a consolidar las visiones más conservadoras en los decisores de las
políticas exteriores de los miembros de la comunidad internacional. En el siglo
XXI vemos la aparición y consolidación de nuevas formas de autoritarismo, y
parece haber una incómoda resignación frente a este hecho.
Luego
del fracaso de 2011 las preocupaciones reales de la comunidad internacional son
otras distintas a la democracia. En primer lugar, la seguridad, la estabilidad
política y social, para evitar movilizaciones masivas de refugiados, como los
que mueren de frío hoy tocando a las puertas de Europa, y para evitar la
expansión del terrorismo o la generalización de los estados fallidos. En
segundo lugar, las facilidades para realizar negocios, para garantizar
crecimiento económico sostenido y ganancias crecientes para los inversionistas.
Tras garantizar estas prioridades, si queda algún espacio, colocarán en lista a
los derechos humanos, la democracia procedimental y el cambio climático. La
diplomacia parece estar retornando a los criterios pragmáticos que la dominaron
durante mucho tiempo.
Seguridad y negocios como prioridades |
Eso
significa que la comunidad internacional no hará nada que nosotros no hayamos
construido internamente. No son un elemento sustitutivo de los actores
internos, de las fuerzas vivas que estructuran a la sociedad. Esta perspectiva
es clave para observar, por ejemplo, el papel de los mediadores internacionales
en el diálogo venezolano, su criterio de éxito es la estabilidad, su victoria
es evitar el conflicto. ¿Es exactamente eso lo mismo que buscan las fuerzas
democráticas venezolanas?
Podemos
incorporar a la reflexión otros factores. Uno es la unidad del bloque de poder
y la relación entre éste y la sociedad. Para conseguir acercarnos a la
democracia es importante romper internamente el bloque de poder, aislar a la
nomenklatura, a la pequeña elite que se enriquece sobre el empobrecimiento de
las mayorías, que acumula poder sobre la impotencia de los ciudadanos. La
escalada represiva y el cierre autocrático significa un atrincheramiento en el
poder, pero detrás de esas trincheras son muy pocos los que caben, los que
disfrutan de los privilegios.
Atrincherados en el poder, solitarios en la cumbre |
El
proceso de aislamiento se acelera en medio de la crisis y la represión, hay que
construir puentes con la disidencia proveniente del chavismo. Es allí un
espacio privilegiado y amplio para el diálogo, para la construcción de nuevos
consensos sociales y políticos. Para esto es importante prestar atención a la
lucha de facciones dentro del chavismo como movimiento político y social, separando
la paja del trigo. Desde allí vendrán importantes señales de fractura que
anunciarán el acercamiento para un cambio.
Es el
mismo caso de la Fuerza Armada, el poder ha insistido en
desinstitucionalizarla, en corromper a sus elementos constitutivos, en
utilizarla como un instrumento del poder autoritario para perseguir, aplastar a
la disidencia, regentar empresas públicas ineficientes, distribuyendo negocios
entre algunos de sus altos y medios oficiales mientras la tropa sufre el
desprecio de la opinión pública, con familias que sienten el hambre, la escasez
y la inseguridad como el resto de los venezolanos.
El catalizador imprescindible
¿Cómo llegar a las elecciones? |
¿Entonces?
Queda mucho por hacer. A pesar de mis aprehensiones he de reconocer que los
factores previos son importantes para hacer posible obligar al gobierno a
llegar a un evento electoral. Pero las herramientas han de ser usadas en
movimientos coherentes y coordinados.
Los
que hemos luchado por un cambio político que nos conduzca a la democracia
apostamos porque la crisis venezolana desemboque en un proceso electoral que coloque
en manos del pueblo venezolano su destino. El voto es el arma igualitaria del
pueblo en la conquista de su propio futuro. Pero no bastan los buenos deseos, deben
venir acompañados del poder efectivo.
Si
nos atenemos al cronograma electoral, parte de los restos de democracia que
sobreviven en la conciencia y en la opinión pública venezolana, debíamos tener
elecciones para gobernadores y asambleas legislativas regionales en diciembre
de 2016. No las hubo. En medio de las presiones el CNE dejó deslizar, en una
rueda de prensa, la posibilidad de tener elecciones regionales en el primer
semestre de 2017, y municipales para fin de año. Después de ese pseudo-anuncio
nada ocurrió, ¿la convocatoria? ¿El cronograma electoral? ¡Nada!
Mientras,
entre el TSJ y el CNE se desliza el inicio de un proceso de recolección de
firmas para permitirle a los partidos políticos seguir actuando. Se ve venir
una carrera de obstáculos para preservar la acción legal de las organizaciones
democráticas. El gobierno aprovechará para ilegalizar organizaciones sembrando
evidencias, bloqueando opciones, inventando triquiñuelas varias, asimismo
estimulará la competencia interna entre los partidos para debilitar la
capacidad de contestación de la sociedad. Eso está cantado.
Un Poder Público Nacional con mayoría democrática |
La
sociedad democrática cuenta con elementos importantes para dar la lucha que
viene. Institucionalmente cuenta con el control de un Poder Público Nacional,
la Asamblea Nacional, que cuenta con la mayor legitimidad para actuar, más allá
del estado de sitio dentro del que actúa. El Parlamento tiene la legitimidad
popular para legislar, deliberar y desarrollar mecanismos de control del poder.
Cuanta la oposición además con tres gobernaciones y algunas importantes
alcaldías.
Cuenta
además con el poder de la gente. La gran mayoría de la población venezolana
rechaza hoy al gobierno nacional, a su Presidente, a su gabinete y a sus
políticas. Las encuestas señalan que una parte importante de la sociedad está
dispuesta a movilizarse en la defensa de sus derechos si es convocada con un
mensaje claro por parte de un liderazgo con legitimidad. Es claro que las
elecciones son la expresión más igualitaria y plena del pueblo como un todo y
hacia allá debemos apuntar.
Pero,
¿si las vías electorales son bloqueadas de qué manera puede el pueblo demostrar
su poder? Es aquí donde el factor de la movilización pasa a colocarse en primer
plano. Razones para la protesta existen en toda la sociedad, hambre, escasez,
miseria, inseguridad. La indignación crece al mismo ritmo que la desesperanza, la
primera mueve a la acción, la segunda al ensimismamiento. La primera puede
convertir a la población en motor de cambios democratizadores, la segunda lo
convierte en masa inerte, hiperindividualizada e impotente. En esa encrucijada
nos movemos.
Indignación popular como catalizador |
A lo
largo de nuestra historia la sociedad venezolana, el pueblo venezolano, ha
desarrollado un repertorio de protestas, de acciones recurrentes, de mecanismos
de contestación social, de legítimo conflicto político frente a los distintos
abusos del poder, de todo tipo de poder. La sociedad venezolana de 2016 no es
la de 1998, pero en la exploración de sus propios repertorios podemos encontrar
la clave para desatar toda su fuerza transformadora.
Lo
que se consiga en cualquier espacio de intermediación política, sea una mesa de
negociación o una de conflicto, dependerá de lo que pueda conseguirse en las
calles, en las movilizaciones, fruto de la presión social que se desate contra
el poder establecido. El poder tiene que sentirse en crisis para que esté
dispuesto a ceder, para que sea posible un cambio en la correlación
institucional o en el funcionamiento del poder aquellos que los detentan tienen
que temer, tienen que percibirse en riesgo. La comodidad del poder no traerá
ningún cambio que nos conduzca a la democracia.
Efectivamente
la represión se encuentra a la orden del día, el miedo es instrumento
fundamental del autoritarismo para consolidarse, pero la creación de un clima
de agitación articulado con la indignación social es vital para construir un
camino que nos lleve a una solución electoral.
Varios tableros, una estrategia
Movilización y negociación en una sola estrategia |
En
ese marco es prioritario mantener la legitimidad y la credibilidad que se
requiere para mantener la movilización. No es un tema de moderados contra
radicales, ni de dialogantes contra movilizadores, sino la conciencia de que es
un solo juego que se expresa en dos tableros.
Que
los que se sientan en una mesa para construir un cambio político que conduzca a
la democracia son representantes, no de uno u otro partido político, ni de un
grupo económico, ni de algún líder esclarecido, sino de un movimiento social
que se encuentra arriesgándose cada día en la protesta, en la calle.
De
igual manera, quienes se encuentren en la calle deben actuar con la conciencia
de que la lucha solo será efectiva en la medida que tenga un cauce negociado,
que se está mostrando la fuerza para negociar en mejores condiciones una
verdadera transición a la democracia.
El doble enlace a construir
Las
movilizaciones para exigir elecciones regionales son un imperativo político que
permiten distribuir la presión social a lo largo de todo el territorio
nacional, en la medida en que se construye políticamente un doble enlace.
Trabajar desde la cartografía social de la Venezuela de 2017 |
Primero,
un vínculo con los sectores sociales que sufren la crisis, desde una
perspectiva de subalternidad, que construya discursiva y organizativamente una
nueva dicotomía política, la que separa a “ellos”,
los acomodados, la nomenklatura, los poderosos, de “nosotros”, los de la periferia, los que sufren la crisis, los que
deben resolver el día a día, el pueblo venezolano, el común.
Sobre
esa dicotomía, sobre esa nueva polarización, debe montarse la movilización, el conflicto
y los nuevos consensos. Eso implica reconocer la existencia de una sociedad
distinta, el pueblo venezolano tiene una topografía específica en 2017, que no
corresponde a la de 1998, la emergencia de nuevos actores sociales, vinculados
a los conflictos reales existentes debe ser conectada en sinergia con el
proceso político. Es necesario reconocer a los actores que pertenecen a la
nueva cartografía social de Venezuela. El cambio político debe pensarse de
abajo hacia arriba, debe pensarse desde los sufrientes, desde las víctimas de
la destrucción, desde los más pobres, desde las periferias, solo desde allí se
desplegará una fuerza de ruptura histórica, es allí donde se encuentra la mayor
energía potencial para un cambio profundo.
Segundo,
un enlace entre las elecciones regionales y el problema nacional, la resolución
de una crisis que se reconoce como nacional, con el cambio político general. La
gente no es tonta, está clara que la permanencia del presente gobierno en el
poder, en el control del Estado, hace imposible resolver la crisis social, la
escasez y el hambre. Por ende, hay que articular, en la práctica y en el
discurso el cambio político regional con el cambio político nacional.
Solo
así podremos llevar a unas elecciones a quienes no quieren ir. Solo con la
movilización de estas energías puede generarse una mesa de conflicto que sea
fructífera en términos de cambio, en términos de un nuevo diálogo social, en
términos del establecimiento de un nuevo pacto social democrático. Sin estos
enlaces lo que viene es una consolidación autoritaria con anomia social y
violencia cotidiana, un Estado débil y una sociedad en proceso de disolución.
Esa es la amenaza a detener.
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