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Sueños utópicos y pesadillas distópicas para la Venezuela de 2017… y después

La bruma avanza tragándose los últimos rayos de luz que brillaron durante 2016, los pocos datos disponibles anuncian para 2017 una profundización de la crisis que se expresará en mayor miseria, así como en la destrucción de la moneda con una inflación superior al dos mil por ciento.

Hemos leído múltiples balances del año 2016, cuando se desvanecieron muchas expectativas de cambio. En medio de la crisis más profunda de nuestra historia contemporánea la oposición dilapidó oportunidades y el régimen autoritario se consolidó sobre los escombros de nuestras esperanzas.

Las acusaciones abundan, los moderados acusan a los radicales de irresponsables, mientras estos últimos acusan de colaboracionistas o cobardes a los primeros. Los dialogantes se montan sobre la idea de que “esto es lo único que hay” para acusar de ineficaces a los movilizadores. Quienes veían en la Asamblea Nacional un motor de cambio político están enfrentados a quienes sostenían que el Parlamento venía a resolver los temas concretos del venezolano. Lamentablemente, para todos quienes impulsamos un cambio político que nos lleve a la democracia, ha sido un año de frustración y desengaño.

No deseo aburrirlos en este momento con más balances. En esta lucha que prosigue hay debates postergados recurrentemente que deberemos dar en el momento oportuno. Se suma el frustrante 2016 a las crisis de 2002, al diálogo de 2003, a la abstención de 2005, a las movilizaciones y el nuevo diálogo de 2014. Lo importante es comprender que, entre hito e hito, el régimen fue cambiando, fue desplegando su propia naturaleza hasta tornarse abiertamente autoritario. No se pueden evaluar las acciones de 2016 con los parámetros de 2002, al haber cambiado tanto el régimen como la correlación social, política e institucional del poder. Hay que comprender la dinámica política más que la estática, prestar atención a la película más que la fotografía.

Vamos hoy a ensayar algo distinto. Ante la espesura de la bruma es necesario extraer de nuestro maletín otras herramientas. Ante la escasez de datos y el reino de la incertidumbre desempolvemos nuestra imaginación, nuestra capacidad para crear. Donde no llega la ciencia llega la literatura, donde nuestros concienzudos analistas y estadísticos no pueden atisbar mucho, vamos a atrevernos a imaginar. La ficción se ha adelantado en diversas ocasiones a la política, a la tecnología, a las ciencias duras de las estadísticas. Vamos a imaginar un conjunto de escenarios para la Venezuela del cercano futuro, acerquémonos con los ojos de la imaginación, ya que nuestros instrumentos de navegación tradicionales están operando con dificultad. Hagamos un ejercicio de política-ficción para despejar la bruma y acercarnos a varios futuros posibles…

Venezuela, a partir de 2017…

El Ávila que domina la ciudad capital

Soft landing

Finalmente, todo se decantará en las elecciones
Empecemos con una utopía de elites: un tránsito democrático suave, con acuerdos entre elites para evitar cualquier desborde. La Asamblea Nacional se instalaría sin problemas el 5 de enero de 2017. El país empezaría a reinstitucionalizarse a pesar del agravamiento de la crisis económica y social. El empobrecimiento generalizado y la pérdida de legitimidad obligarían al gobierno a adelantar el cronograma electoral. A mediados de 2017 se realizarían elecciones regionales y la Mesa de Unidad Democrática gana más de quince gobernaciones y obtiene mayoría en las Asambleas Legislativas de los estados. El chavismo al saberse derrotado empieza a implosionar, mientras las instituciones del Estado descubren de pronto las virtudes del tránsito democrático. A finales de 2017 la oposición democrática gana ciento setenta alcaldías y arrasa en los concejos municipales. El gobierno inicia reformas económicas para superar la crisis, viene el FMI y todo se prepara para las elecciones presidenciales.

A mediados de 2018 se realizan primarias en la MUD de las que emerge un candidato legitimado para enfrentarse al candidato de un PSUV en decadencia. Ante la presión internacional el CNE decide realzar unas elecciones limpias. La oposición democrática gana y el 2 de febrero de 2019 el chavismo entrega el gobierno y las fuerzas democráticas empiezan a despachar desde Miraflores.

En el transcurso de este escenario la población soporta estoicamente, protesta disciplinadamente sin amenazar el tránsito progresivo a la democracia y las Fuerzas Armadas se quedan en una posición institucional mientras las elites políticas se sustituyen pacíficamente en el poder.

La cohabitación

Los moderados se necesitan mutuamente para superar la crisis
Un gobierno de Unidad Nacional con moderados de ambos lados. La Asamblea Nacional se instalaría el 5 de enero, las tensiones se palpan en el ambiente, la crisis económica se profundiza durante el primer trimestre del año, por la escasez de alimentos y medicinas. Luego del 10 de enero se reconfigura el funcionamiento del poder y la correlación dentro del bloque de poder. Al pasar la frontera que inicia el cuarto año del período de Maduro se desatan los quiebres y fracturas dentro del chavismo. Se incrementan las protestas sociales. Se hace imprescindible una nueva correlación institucional del poder. Oposición y chavismo se dividen entre radicales y moderados. Para hacer las reformas económicas operativas el gobierno requiere recursos externos que no podrá adquirir sin la aprobación de la Asamblea Nacional. Se ofrece un acuerdo entre los sectores moderados para llegar en paz y con reformas a las elecciones presidenciales de 2018. En este escenario una oposición moderada vota el paquete de reformas, un acuerdo negociado con el FMI y el Presupuesto presentado a destiempo. Se crea un gabinete “de Unidad Nacional” como expresión de una coalición moderada, con el compromiso de hacer elecciones presidenciales en 2018.

Acá también la gente espera y soporta mientras las elites políticas deciden su destino en paz, las Fuerzas Armadas se preservan institucionales y leales al gobierno de coalición.

Pesadilla roja

La agenda radical se impone
El totalitarismo se afianza. El gobierno, haciendo uso del TSJ, sigue bloqueando el funcionamiento de la Asamblea Nacional. Se instala con grandes dificultades, quedando bajo un manto de confusión sus capacidades para ejercer efectivamente sus funciones constitucionales. Dentro del chavismo se imponen los más radicales. Al poco tiempo se declara la ausencia definitiva del Parlamento y se convoca una elección particular en segundo grado para crear una Asamblea Comunal, elegida entre las Asambleas Legislativas regionales y los Consejos comunales. Se postergan todos los eventos electorales tradicionales en medio de una emergencia económica que se extiende en el tiempo.

Ante la crisis el gobierno acelera los controles económicos, apropiándose de todos los medios de producción, comercialización y distribución. El hambre se generaliza, así como la represión y el dominio del Estado sobre la sociedad. El empobrecimiento con dependencia inhibe la generalización de las protestas masivas. Se ilegalizan los partidos políticos de oposición, son tomados los medios de comunicación por el Estado. El ingreso petrolero, a pesar de la producción declinante, hace posible sostener el control del gobierno sobre una sociedad empobrecida. El régimen se autocratiza por completo con el apoyo de unas Fuerzas Armadas dominadas y sumisas. Contra todo pronóstico, se consolidaría un régimen totalitario en pleno siglo XXI. La comunidad internacional, conservadora, queda satisfecha con la imposición de un orden, aunque jamás desearían vivir en él.

Pesadilla verde

Se completa la militarización del poder
Se consolida el tutelaje militar de la política venezolana. Se instala la Asamblea Nacional el 5 de enero, pero la crisis se convierte en el tema central en la cotidianidad del venezolano. A partir del 10 de enero empieza el conteo regresivo para sustituir a Maduro en la Presidencia. El enfrentamiento entre el núcleo radical, comunista, y el sector militarista del chavismo deriva en una ruptura y un desplazamiento interno. Un Vicepresidente es impuesto por los militares, impulsando luego la renuncia de Nicolás Maduro. Con este gobierno post-Maduro se abre la posibilidad de una consolidación del chavismo militarista en el poder. Sería un gobierno con dos grandes retos, primero, su falta de legitimidad al ser un gobierno no votado, y la imperiosa necesidad de reformas económicas para superar la crisis. Este gobierno militar impondría una política de seguridad represiva y draconiana para reducir la delincuencia y los múltiples grupos criminales que actúan en el territorio. Asimismo su búsqueda de recursos para enfrentar la crisis podría derivar en una solicitud de préstamo al FMI y/o China, que abriría la posibilidad de establecer un modus vivendi con la Asamblea Nacional, que debería votar los préstamos, propiciando la realización de unas elecciones generales en 2018 bajo un manto de tutelaje militar y autoritarismo.

La disolución

El fin del Estado y del orden público
¿Recuerdan la disolución del Imperio Romano? Pues, así. La Asamblea Nacional se instala, pero tiene inmensas dificultades para ejercer sus atribuciones y funcionar. El Estado se va disolviendo. Las Fuerzas Armadas derivan progresivamente en fuerzas pretorianas para sostener a una pequeña elite en el poder.

Desaparece el orden público que va siendo sustituido por un vitral informe de seguridades privadas, en los sectores más pobres de las ciudades el orden se sostiene por medio de colectivos armados, pranes y diversas formas de organizaciones criminales, mafias, grupos guerrilleros. Alrededor de los símbolos del poder se agrupan los militares debilitados, desinstitucionalizados. Cual legionarios romanos en los últimos años del Imperio recorren caminos peligrosos como otras bandas armadas. Los rituales electorales podrían continuar realizándose pero determinados por los poderes fácticos que controlarían cada territorio, alcaldes y gobernadores sobrevivirían tutelados por los dueños de las armas y por los que controlan los flujos de recursos vitales y de negocios privados.

El país se divide de facto en territorios administrados por señores de la guerra, que administran vida, muerte y alimentos. Los ricos podrían pagar seguridad privada en urbanizaciones cerradas y calles cercadas, los que detentan los restos del poder político estarían custodiados y “protegidos” por militares que tutelan fragmentos del poder, ellos controlarían lo que quede de una menguante renta.

Los servicios públicos irían apagándose progresivamente, la industria petrolera, así como otros generadores de renta, menguaría rápidamente mientras no sea entregado a precios bajos a inversores aventureros que se arriesguen, sean chinos, sudafricanos, etc. El Estado habría desaparecido mientras se recrudecería el conflicto interno por la renta, los países vecinos cerrarían las fronteras tratando de evitar el desborde de la crisis venezolana sobre sus territorios. Estaríamos presenciando, quizás, el lado perverso de un mundo post-estatal, que podría repetirse en otras latitudes en el resto del siglo XXI.

La Revolución democrática

Lo inédito
La Asamblea Nacional se instalaría, pero su importancia se reduciría a menos que se convierta en caja de resonancia de lo que ocurre en la calle. La elite política, del chavismo y de la oposición, perdería su capacidad de convocatoria y su legitimidad. Emergen nuevos movimientos colectivos, formas de organización social que superan a los previos detentadores del poder. Las movilizaciones empiezan a cubrir las ciudades, poniendo en duda la capacidad del poder para mantener su orden. La capacidad para reprimir por parte de las Fuerzas Armadas se vería superada. Aparecería un nuevo movimiento social que impulsaría un cambio democrático, dejando atrás la polarización entre chavismo y antichavismo, pero generando otras polarizaciones entre los que se encuentran dentro de las estructuras institucionales de poder y quienes sobreviven en la periferia, arriba y abajo, dentro y fuera, superaría las dicotomías previas. El orden se pierde pero otro orden empieza a emerger.

¿De qué depende?

Cada uno de estos escenarios deriva de procesos y fuerzas que se encuentran presentes en la dinámica venezolana. Son las decisiones de los actores concretos las que inclinan la balanza en una dirección o en la otra. La decisión de autocratizarse por parte del poder ya está tomada. El ímpetu de cambio es dominante en la sociedad. La vocación conservadora que teme al riesgo también es fuerte entre las elites. La relación entre elites (políticas, económicas y sociales) y una sociedad heterogénea, empobrecida y con débil institucionalidad, parece estar marcada por la desconfianza.

La capacidad de esta sociedad para organizarse y movilizarse, así como la de las elites para vincularse orgánicamente con las expectativas de cambio dominantes entre la sociedad, nos pueden acercar a escenarios democratizadores. El cálculo menudo, la adicción al microjuego, la aversión al riesgo puede consolidar las peores pesadillas.


Hay cosas que no podemos elegir, que vienen en el mundo que nos tocó vivir, ¿de qué depende entonces ese futuro posible? De nuestras decisiones, de lo que hagamos con lo que tenemos. Esa es la apuesta de la modernidad, descubrirnos conscientes de que somos responsables del futuro. Que el mundo y el país que heredemos a las generaciones futuras se parezcan a nuestros sueños o a nuestras pesadillas depende fundamentalmente de las decisiones que tomemos, de las acciones que desarrollemos. Acá escoja su escenario, o dispóngase a crear uno distinto. 

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