Grupos violentos agreden al jefe de la fracción democrática |
En medio de la peor
crisis de nuestra historia se abren dos frentes de tensión y conflicto, uno
derivado de la escasez de alimentos y medicinas, otro vinculado con el impulso
que las fuerzas democráticas otorgan a la convocatoria del Referéndum
Revocatorio como mecanismo, constitucional y democrático, para sustituir a los
responsables de la crisis por un nuevo gobierno, democráticamente electo,
alternativo, renovador.
La respuesta del
gobierno ha sido sistemática, violencia política, humillación pública contra
los hambrientos, persecución contra la disidencia, postergación del referéndum
revocatorio y montaje de un proceso de “diálogo” diseñado para ganar tiempo y
apaciguar unos ánimos legítimamente caldeados.
Violencia política, represión y humillación: la respuesta gubernamental
Valera: represores rodeados por una comunidad hambrienta |
Una manifestación de
diputados opositores a las puertas del Consejo Nacional Electoral es respondida
violentamente por grupos oficialistas, “colectivos”. Terminando el hecho con el
líder de la bancada democrática herido con un objeto contundente. Ni una
palabra de la Presidenta del CNE, Tibisay Lucena, lamentando los hechos y
rechazando la violencia desatada contra los diputados.
La fracasada
instauración de los CLAP, con los que el gobierno pretende discriminar
políticamente la distribución de alimentos básicos en las comunidades, se ha
desarrollado mientras en sectores populares tan distintos como las caraqueñas
comunidades de Catia o La Vega, como la comunidad mirandina de Petare, como los
pueblos de Cariaco o San Juan de Los Morros, la gente sale a la calle a exigir
masivamente comida. La respuesta gubernamental ha sido represión y humillación.
No hay producción de alimentos para surtir de alimentos a Venezuela, ni existen
divisas suficientes para importarlos.
Un salvavidas de cemento
Leonel Fernández metió el tema económico en el diálogo |
Está claro que el
experimento del “diálogo” impuesto por el gobierno autoritario pretende
apaciguar el conflicto político, pero ha sido aprovechado para traer a la luz
pública una especie de “salvavidas”: un Plan de Ajuste económico impulsado por
algunos sectores de UNASUR, con colaboración de algún “facilitador” amigo del
gobierno y la experticia técnica de economistas reformistas dispuestos a
colaborar con la presente elite gobernante a sortear la crisis.
Pero, ¿puede este
gobierno autoritario desarrollar la reforma necesaria para sacar a Venezuela de
la crisis? ¿Pueden separarse las reformas económicas de las reformas políticas
e institucionales necesarias para permitirle al país recuperarse? ¿Tiene el
actual gobierno y los actuales detentadores del poder la legitimidad necesaria
para aplicar efectivamente los cambios? ¿Quiénes pagaran los costos de un plan de
ajuste? ¿Serán efectivas las reformas económicas si se mantiene el actual
régimen autoritario?
No faltará quien
perciba detrás de los bigotes de Nicolás Maduro a un moderno Adolfo Suárez,
quien construyó la transición democrática desde el franquismo, otros podrán ver
en un Aristóbulo Istúriz el perfil de un modernizador económico, de un nuevo
Deng Xiao Ping versión criolla. No voy a criticar esas esperanzas, pero voy a
alertar respecto a algunas limitaciones importantes para que este optimismo
tenga asidero.
Política y economía: una sola realidad
Una Venezuela empobrecida e impaciente |
He venido insistiendo
en el hecho de que la transición venezolana tendrá que ser, a la vez, tanto
política como económica, en la medida en que Venezuela ha de salir de un
régimen fundamentalmente autoritario como de una institucionalidad económica
extractiva, marcada por controles férreos que inhiben la iniciativa productiva
autónoma.
El contexto de este
proceso también es determinante. El empobrecimiento del 85% de la población, la
escasez de alimentos y medicinas que se convierte en una creciente
conflictividad social. Cada día hay enfrentamientos, protestas, por hambre, por
razones laborales, algunas se convierten en saqueo. La reducción progresiva de
la capacidad del Estado para asegurar un orden público es el correlato de una
creciente pérdida de legitimidad del poder político.
El problema social y
económico en Venezuela es fundamentalmente político, en sus causas y en los
rasgos de su agudización. La red de mafias que se enriquecen con la crisis es
un fenómeno del poder, y sin desmontar esos negocios derivados del control
político, no podrá funcionar la sociedad venezolana. En este contexto la
reconstrucción económica de Venezuela no se separa de la reconstrucción
institucional, tanto social como política. No es posible abstraer un plan de
ajustes económicos, con su impacto social sobre los sectores más vulnerables,
del problema de legitimidad política que debe asumir quien pretenda
desarrollarlo.
El problema de la legitimidad perdida
¿Tiene legitimidad para encabezar un viraje reformista? |
El plan de ajuste
económico no puede desarrollarse desvinculado con un cambio sustancial en la
correlación y en el funcionamiento del poder. El gobierno de Nicolás Maduro ha
perdido su legitimidad. Sin legitimidad las reformas económicas no tendrán
gobernabilidad, por ende, su sostenibilidad en el tiempo será corta.
Durante los años
ochenta crisis económicas profundas, marcadas por la hiperinflación y el
endeudamiento, marcaron la vida de muchos países latinoamericanos. Los
regímenes autoritarios, que dominaban a países como Argentina y Brasil, fueron
incapaces de enfrentar estas crisis, fundamentalmente por arrastras un grave
déficit de legitimidad política.
Bajo un régimen
autoritario la gobernabilidad de las reformas se dificulta. Las nuevas
democracias latinoamericanas tuvieron que dar la cara por el proceso de
reformas del Estado.
En el caso venezolano
la tentación tecnocrática de separar metodológicamente el cambio económico del
político puede tener graves implicaciones. Pretender postergar el cambio
político por adelantar el cambio económico, puede derivar en un retroceso en
ambos ámbitos, el impacto social de las reformas encontraría a un gobierno sin
legitimidad, sin credibilidad interna o externa, con una conflictividad social
creciente y una escalada represiva que pondría agua en el molino de la
autocratización.
Flor de un día.., envenenada
Sin Revocatorio no hay reformas sostenibles |
De igual manera, puede
ser el Plan de Ajuste flor de un día, en caso de que no venga acompañada de la
democratización del sistema, porque en la medida que un programa de apertura y
liberalización económica se desarrolle empieza a encontrarse con férreas
resistencias en las elites políticas, en la nomenklatura
que se beneficia del antiguo régimen. Los reformistas y modernizadores, aliados
del régimen autoritario, se enfrentarán a un dilema difícil de resolver, pueden
optar por detener las reformas a las puertas de los intereses creados,
conviviendo y coexistiendo con la corrupción y el autoritarismo, o bien pueden
proceder a impulsar la democratización del sistema, con la dificultades
inherentes a haber pasado por su pasantía colaboracionista con el régimen. Si
no pueden estos tecnócratas superar este dilema serán despachados rápidamente
por otros sectores del poder, por otras facciones, por otras tribus.
La tentación central
de los tecnócratas, y de aquellos políticos que pretendan sumarse, es la de
desarrollar un Plan de Ajuste económico postergando la transición política,
permitiendo o aupando la postergación del Referéndum Revocatorio. Caer en esa
tentación podría hundir a estos personajes junto al régimen autoritario, cual el
mortal abrazo del oso, sea a corto plazo o a mediano plazo.
Asumir la complejidad de las reformas
Ante la complejidad |
A quienes, dentro del
chavismo, reconocen la profundidad del desastre económico y social, y creen que
es imprescindible una reforma estructural, podría darles una recomendación:
impulsen el Revocatorio para 2016, promuevan que se le coloque fecha próxima a
su realización. Construyan los puentes necesarios para la reconstrucción del
tejido social, preparándose para abandonar el poder.
Quienes diseñen el
Plan de Reformas deben asumir la complejidad del cambio que Venezuela necesita
y exige, salir del régimen autoritario y superar un modelo económico
destructivo, es un proceso simultáneo. No se puede pretender acabar con uno sin
demoler al otro. Cuidado con caer en tentación.
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