Hace unos meses, mientras nos encontrábamos dictando un interesante taller, se me preguntó respecto a las declaraciones de Aristóbulo Istúriz, entonces Ministro de Educación, en las cuales aceptaba que tenía intenciones de politizar e ideologizar la educación en Venezuela. La respuesta típica de la oposición había sido expresar su rotundo rechazo a cualquier iniciativa en éste sentido. Mi respuesta se dirigió literalmente a la dirección contraria, tomémosle la palabra… y discutamos.
El debate en torno a la educación vuelve a colocarse en medio del ágora pública, los últimos cambios en el gabinete ministerial, el inmenso peso político y familiar que tiene el nuevo Ministro de Educación, y la vocación explícita por desarrollar una educación socialista en nuestro país han vuelto a caldear los ánimos, de manera absolutamente justificable.
Los términos del debate se han desarrollado siguiendo el guión tradicional, el guión esperado, el gobierno propugna un modelo socialista para la educación de los venezolanos, la oposición rechaza “toda ideologización y toda politización” del proceso educativo. Mientras los términos del debate sean estos, el gobierno, el monopolizador absoluto del poder político en Venezuela, así como gran parte del poder económico (PetroEstado somos), tendrá las de ganar, y la sociedad, plural y diversa, probablemente se verá sometida a un aplastante discurso monocolor que inhibe la diversidad y la iniciativa.
¿Por qué considero que el debate se encuentra mal planteado? ¿Dónde colocarlo para beneficiar las libertades y el desarrollo de todos los venezolanos? Ambos sectores del conflicto parten de medias verdades, o de medias mentiras, puntos de partida igualmente falsos y peligrosos.
Aquellos que propugnan que se debe imponer una educación socialista sobre la sociedad venezolana conciben la dinámica educativa como parte del botín derivado de la justa electoral, en un juego de suma–cero, siguiendo la lógica de que “nosotros ganamos, nosotros decidimos, ustedes manténganse calladitos y formaditos, y acaten la línea que los victoriosos imponemos, en nombre del pueblo”, conciben finalmente la democracia, en el mejor de los casos, como la “tiranía de la mayoría”, donde quien gana se lo lleva todo, monopolizando el discurso del “pueblo”; este es el juego del poder.
Aquellos que rechazan toda ideologización y toda politización parten del supuesto de que existe una educación incólume, pura, transparente, antiséptica, que no tiene ninguna relación con la política ni con ningún tipo de ideología. Esta concepción técnica de la pureza educativa peca de ingenuidad, en el mejor de los casos. Esta postura deja todo el debate ideológico y político respecto a la educación en manos del gobierno. El gobierno propugna los valores del socialismo, mientras el resto de la sociedad pelea contra una sombra.
Porque hablar de educación es, finalmente, hablar de valores, es cierto que todo modelo educativo deriva de una imagen de la sociedad, de una imagen de la República, por lo que no puede ser nunca un proceso antiséptico. La educación es, en el sentido más profundo del término, parte fundamental de un proceso integral de politización, ya que propugna la reproducción y el desarrollo de una comunidad política, la construcción de un ciudadano para la creación social de un espacio público. Siendo ese el caso, hablemos de valores, hablemos de política, hablemos de la República que queremos construir, lo que implica obligatoriamente discutir en torno al modelo de ciudadano que pretendemos fortalecer. Colocando el centro del debate en los valores que defendemos, que pretendemos conservar y profundizar, elevaremos el debate educativo a un nuevo terreno, es allí donde nos jugamos el futuro.
Por ende, irremediablemente, hemos de tener una educación (paideia) política (politeia), en el sentido más profundo de la expresión, para la creación de un ciudadano libre, para la construcción de una República progresista. Si nos la jugamos con la modernidad, hemos de concebir al ciudadano como un ser libre, autónomo, racional, con criterios para elegir, que tenga opciones de vida entre las cuales pueda seleccionar, oportunidades reales de desarrollar libremente sus potencialidades, seguir su proyecto de vida. Queremos un ciudadano que sea reflejo de una sociedad que es diversa y plural, pluralidad y diversidad que hemos de defender, al considerarlas elementos consustanciales de lo que somos, y de lo que queremos seguir siendo.
Entonces, la defensa de este ciudadano moderno coloca nuevamente a la libertad en el eje central de los valores a defender y promover, y como queremos que esta libertad para cada ciudadano se extienda a todos, colocamos la igualdad de oportunidades y la equidad como la otra gran línea transversal.
De estos valores centrales, de esta imagen de ciudadano, que es la imagen de República que reconocemos como correspondiente a una Venezuela moderna, plural y pacífica, se desprende el resto del debate en torno al modelo de educación que deseamos para el futuro. Partiendo de esos valores podemos empezar a hablar de una educación para toda la vida, porque el desarrollo de un proyecto de vida no se termina, una educación que refleje las especificidades regionales, descentralizada, una educación para la autonomía, una educación abierta al cambio tecnológico y cultural, una educación que premie la iniciativa, el carácter emprendedor, la capacidad de construir soluciones en conjunto. Un modelo educativo con educación pública de calidad, abierta, incluyente.
¿A quién le toca decidir? ¿Al gobierno de turno? ¿Al régimen de ocasión? Dada la importancia que la educación tiene para la construcción y desarrollo de la sociedad, no es un debate que pueda ser monopolizado por un gobierno, sino que tiene que abrirse, permanentemente, a la sociedad plural. Por eso, ningún proyecto educativo que pretenda erradicar la pluralidad, la diversidad, y la libertad puede ser aceptado; no es un problema para mayorías y minorías coyunturales, no es un problema para decidir 60-40 (o 70-30); todo proyecto educativo en Venezuela tiene que partir de las libertades, única manera de preservar la diversidad y la pluralidad de la misma sociedad.
Entonces, tomemos la palabra de los ministros, hablemos de politización, hablemos de ideologización, hablemos de valores, hablemos…
El debate en torno a la educación vuelve a colocarse en medio del ágora pública, los últimos cambios en el gabinete ministerial, el inmenso peso político y familiar que tiene el nuevo Ministro de Educación, y la vocación explícita por desarrollar una educación socialista en nuestro país han vuelto a caldear los ánimos, de manera absolutamente justificable.
Los términos del debate se han desarrollado siguiendo el guión tradicional, el guión esperado, el gobierno propugna un modelo socialista para la educación de los venezolanos, la oposición rechaza “toda ideologización y toda politización” del proceso educativo. Mientras los términos del debate sean estos, el gobierno, el monopolizador absoluto del poder político en Venezuela, así como gran parte del poder económico (PetroEstado somos), tendrá las de ganar, y la sociedad, plural y diversa, probablemente se verá sometida a un aplastante discurso monocolor que inhibe la diversidad y la iniciativa.
¿Por qué considero que el debate se encuentra mal planteado? ¿Dónde colocarlo para beneficiar las libertades y el desarrollo de todos los venezolanos? Ambos sectores del conflicto parten de medias verdades, o de medias mentiras, puntos de partida igualmente falsos y peligrosos.
Aquellos que propugnan que se debe imponer una educación socialista sobre la sociedad venezolana conciben la dinámica educativa como parte del botín derivado de la justa electoral, en un juego de suma–cero, siguiendo la lógica de que “nosotros ganamos, nosotros decidimos, ustedes manténganse calladitos y formaditos, y acaten la línea que los victoriosos imponemos, en nombre del pueblo”, conciben finalmente la democracia, en el mejor de los casos, como la “tiranía de la mayoría”, donde quien gana se lo lleva todo, monopolizando el discurso del “pueblo”; este es el juego del poder.
Aquellos que rechazan toda ideologización y toda politización parten del supuesto de que existe una educación incólume, pura, transparente, antiséptica, que no tiene ninguna relación con la política ni con ningún tipo de ideología. Esta concepción técnica de la pureza educativa peca de ingenuidad, en el mejor de los casos. Esta postura deja todo el debate ideológico y político respecto a la educación en manos del gobierno. El gobierno propugna los valores del socialismo, mientras el resto de la sociedad pelea contra una sombra.
Porque hablar de educación es, finalmente, hablar de valores, es cierto que todo modelo educativo deriva de una imagen de la sociedad, de una imagen de la República, por lo que no puede ser nunca un proceso antiséptico. La educación es, en el sentido más profundo del término, parte fundamental de un proceso integral de politización, ya que propugna la reproducción y el desarrollo de una comunidad política, la construcción de un ciudadano para la creación social de un espacio público. Siendo ese el caso, hablemos de valores, hablemos de política, hablemos de la República que queremos construir, lo que implica obligatoriamente discutir en torno al modelo de ciudadano que pretendemos fortalecer. Colocando el centro del debate en los valores que defendemos, que pretendemos conservar y profundizar, elevaremos el debate educativo a un nuevo terreno, es allí donde nos jugamos el futuro.
Por ende, irremediablemente, hemos de tener una educación (paideia) política (politeia), en el sentido más profundo de la expresión, para la creación de un ciudadano libre, para la construcción de una República progresista. Si nos la jugamos con la modernidad, hemos de concebir al ciudadano como un ser libre, autónomo, racional, con criterios para elegir, que tenga opciones de vida entre las cuales pueda seleccionar, oportunidades reales de desarrollar libremente sus potencialidades, seguir su proyecto de vida. Queremos un ciudadano que sea reflejo de una sociedad que es diversa y plural, pluralidad y diversidad que hemos de defender, al considerarlas elementos consustanciales de lo que somos, y de lo que queremos seguir siendo.
Entonces, la defensa de este ciudadano moderno coloca nuevamente a la libertad en el eje central de los valores a defender y promover, y como queremos que esta libertad para cada ciudadano se extienda a todos, colocamos la igualdad de oportunidades y la equidad como la otra gran línea transversal.
De estos valores centrales, de esta imagen de ciudadano, que es la imagen de República que reconocemos como correspondiente a una Venezuela moderna, plural y pacífica, se desprende el resto del debate en torno al modelo de educación que deseamos para el futuro. Partiendo de esos valores podemos empezar a hablar de una educación para toda la vida, porque el desarrollo de un proyecto de vida no se termina, una educación que refleje las especificidades regionales, descentralizada, una educación para la autonomía, una educación abierta al cambio tecnológico y cultural, una educación que premie la iniciativa, el carácter emprendedor, la capacidad de construir soluciones en conjunto. Un modelo educativo con educación pública de calidad, abierta, incluyente.
¿A quién le toca decidir? ¿Al gobierno de turno? ¿Al régimen de ocasión? Dada la importancia que la educación tiene para la construcción y desarrollo de la sociedad, no es un debate que pueda ser monopolizado por un gobierno, sino que tiene que abrirse, permanentemente, a la sociedad plural. Por eso, ningún proyecto educativo que pretenda erradicar la pluralidad, la diversidad, y la libertad puede ser aceptado; no es un problema para mayorías y minorías coyunturales, no es un problema para decidir 60-40 (o 70-30); todo proyecto educativo en Venezuela tiene que partir de las libertades, única manera de preservar la diversidad y la pluralidad de la misma sociedad.
Entonces, tomemos la palabra de los ministros, hablemos de politización, hablemos de ideologización, hablemos de valores, hablemos…
Comentarios
Tienes razón. La educación debe ser un tema nacional, precisamente porque merece el acceso de todos los sectores sociales.
Hay que mejorar, técnica, estructural, material e ideológicamente la educación privada y, muy especialmente, pública. Esto último es relevante, ya que las misiones educativas, bien pensadas pero muy mal aplicadas, estafan a sus receptores, y hacen de la educación una tarea que no cumple sus funciones (históricasl, sociales o individuales).
Solo pasaba a saludar, y ver que este blog es tan tu como recuerdo es muy genial.
Besos grandes!
Saludos.
Slds
Victor Escalona
Saudos,
Victor Escalona