¿Cuál es el destino de este particular artefacto griego? |
La democracia es un artefacto frágil pero brillante,
cargado de múltiples virtudes, pero vulnerable y poroso frente a diversas amenazas.
En el marco de la construcción de una sociedad abierta es un instrumento idóneo
para garantizar la legitimidad del orden público, pero no consagra estabilidad
porque se nutre de una incertidumbre fundamental: el poder está sometido al
escrutinio público.
El matrimonio entre la antigua y polémica tradición
democrática, con dos mil quinientos años de antigüedad, y la más reciente
tradición liberal, con poco menos de dos centurias de experiencia, parece ser
tan sólido que muchos han olvidado que fueron creados como dos artefactos
distintos, ideados para resolver dos problemas diferentes en la sociedad. La
democracia que responde a la pregunta del origen y fundamento del poder, el
gobierno de los muchos, de las mayorías, del pueblo, de los ciudadanos. Y el
liberalismo que se propone limitar el alcance del poder, de cualquier poder.
Una democracia rechazada por las elites desde sus inicios |
No siempre ha tenido buena prensa la democracia. Los
antiguos relatos sobre su génesis, sobre su primer experimento griego, han
llegado a nosotros a través de sus críticos, desde filósofos como Platón y
Aristóteles, hasta historiadores como Tucídides, pasando por dramaturgos y
comediantes. En el mundo romano la vital participación del populus en el funcionamiento de la República resulta opacada en una
literatura dominada por la clase senatorial. Efectivamente, las huellas
escritas que han sobrevivido provenían en su mayoría de elites que veían con
aprehensión la igualación inherente a la democracia, precondición para su
funcionamiento, condición del concepto de ciudadanía.
Luego de un mutismo dilatado la democracia volvió a
colocarse en la agenda del poder con las revoluciones y el inicio del derrumbe
del orden tradicional, del Antiguo Régimen. La Revolución Inglesa de 1648, la
Revolución Americana de 1776, la Revolución Francesa de 1789, y la emergencia
de las repúblicas americanas entre 1810 y 1830, volvieron a traer los
principios democráticos al fragor de una lucha por construir un nuevo orden más
racional. El concepto de democracia compartía espacio en el debate público con
la República, con el liberalismo, con la aparición de un orden constitucional,
con una nueva manera de comprender la ciudadanía.
República, democracia y liberalismo: tres ideas |
Es en este marco en el cual Huntington coloca su
primera ola de democratización. Estos regímenes del siglo XIX no serían
reconocibles como democráticos según los parámetros del siglo XXI, pero
representaron impresionantes saltos cualitativos respecto a las testas
coronadas que habían dominado Europa durante siglos. La soberanía popular, los
nuevos regímenes representativos, abrieron paso a la construcción de un orden
de arriba hacia abajo.
Las democracias que emergieron a partir de regímenes
liberales como los de Inglaterra en el siglo XIX, o de sistemas republicanos,
como los de Estados Unidos, estuvieron marcados por una lucha para ampliar la
ciudadanía sobre instituciones previamente existentes, sobre el antiguo Parlamento,
por ejemplo. Esta ampliación democratizadora de la ciudadanía no se dio sin
resistencia, la incorporación de los obreros como ciudadanos activos, para
elegir y ser elegidos, de las mujeres, costó sangre, sudor y lágrimas para los
actores involucrados. En Estados Unidos no se completó el sistema sino hasta
los años sesenta del siglo XX.
Nuevos actores le dieron novedosas formas a la democracia |
La ampliación de la ciudadanía articuló la tradición
democrática también con una nueva tradición socialista. En Europa continental
el Estado liberal y la democracia tardaron más tiempo en consolidarse, la
resistencia a vencer fue mucho más intensa, y requirió la integración de
repertorios distintos, de agendas propias del siglo XX, que se sintetizaron con
la agenda democrática y liberal del siglo precedente.
Cada generación amplía el repertorio |
Tras la derrota del fascismo se consolidaron otro
conjunto de regímenes democráticos en la Europa continental. El Estado de
Bienestar se consideró un logro también de la democracia. Los derechos
económicos y sociales, y un Estado activo en la consecución de nuevos progresos
en la calidad de vida de los ciudadanos es consustancial con la política
democrática de posguerra. De allí que mucho ciudadanos europeos consideren que
cualquier vulneración al Estado social es un daño también al Estado
democrático.
Más allá de importantes avances en el Cono Sur, la
agenda democrática se abrió paso en América Latina luego de 1930,
desarrollándose contra los regímenes oligárquicos consolidados desde fines del
siglo XIX, y contra dictaduras patrimonialistas o militaristas. También en
América Latina los avances en la construcción democrática combinaban la ampliación
de la ciudadanía política y civil con crecientes exigencias de inclusión y de
ampliación en ciudadanía económica y social.
A todas estas, la democracia era percibida como un
logro colectivo, como fruto de luchas colectivas, que devenían en avances globales
para la sociedad en concreto. Eran, en sí, expresiones del poder de la gente, y
se sostenían sobre el poder de la gente. Durante el siglo XX, sobre la idea del
poder del “hombre común”. Las instituciones, es decir las reglas de juego,
permitían que el poder se encontrara igualmente repartido, para proteger a
todos y a cada uno.
Así, son las exigencias que acompañan al movimiento
pro democratización las que definirán que se entiende por democracia en una
sociedad concreta. A esa definición, y a esas prácticas, es que hemos de
referirnos al hablar de la crisis de la democracia, o el proceso de
“desconsolidación” de las mismas a principios del siglo XXI.
Nuevos repertorios modificaron el concepto |
Otro dato que es importante retener es la
territorialidad de la democracia, la correlación existente entre una
estatalidad y la democratización. El discurso democrático liberal, en su
vertiente más dominante, hace énfasis en el funcionamiento del sistema
democrático como sistema institucional de protección de los derechos frente al
abuso del poder político, la resistencia contra el autoritarismo. Asimismo se
incorporan las reglas institucionales que hacen posible la constitución misma
del poder político sobre un territorio, las elecciones universales, libres,
limpias, abiertas y competitivas. Pero hay un aspecto que ha venido
descuidándose, al darse por descontado, más allá de la protección de los
individuos frente al poder, la democracia es también una forma de ejercer el
poder por parte de la ciudadanía.
Es aquí donde se nos atraviesa el tema de la globalización.
El retroceso del Estado frente a los flujos económicos globales y la pérdida de
control ciudadano sobre eventos que comprometen o marcan su propia existencia.
La principal amenaza a la democracia viene de la sensación de impotencia del
ciudadano. Sobre esta impotencia cabalgan nuevas formas autoritarias, usen
ropaje populista o ropaje tecnocrático.
Flujos y reflujos contemporáneos
Grandes esperanzas |
El derrumbe de la Unión Soviética en 1991 trajo
consigo lo que pareció ser la mayor expansión de la democracia desde mediados
del siglo XIX. La década de los noventa hizo pensar a algunos que, finalmente,
la humanidad había descubierto la piedra filosofal en lo que se refería a
regímenes políticos y modelos económicos: una democracia liberal y una economía
libre.
Simplemente era cuestión de tiempo para que el resto de la humanidad
siguiera la ruta marcada por Estados Unidos y Europa Occidental. Esa fue la postura
que hizo famoso a un neo-hegeliano Francis Fukuyama, quien apostaba por el “fin
de la historia” y la consagración del orden liberal.
Pero el devenir de la historia nos llevó por
derroteros distintos. Efectivamente la democracia se expandió como nunca antes,
y durante los primeros años del siglo XXI logró la humanidad sacar de la
pobreza a cientos de millones de personas.
Entonces, ¿por qué estamos hablando hoy de la crisis
de la democracia? ¿Por qué se encuentra en el centro del debate el proceso de
“des-consolidación” de las democracias tradicionalmente sólidas?
"Desconsolidación" de la democracia entre las nuevas generaciones |
El tema de la apatía cívica, en el debate
contemporáneo, tenía dos acercamientos. Tendía a percibirse como un algo normal
e inofensivo dentro de las democracias consolidadas con economías modernas,
sólidas y estables. En la medida en que el sistema democrático se consolida la
política parece normal que la política pierde importancia cotidiana para la
mayor parte de la sociedad. Hay quienes podrían considerar este proceso hasta
sano, al colocar el funcionamiento de la institucionalidad política en manos de
especialistas, tecnócratas u hombre de aparato, expertos en procesar demandas y
convertirlas en políticas públicas. En las democracias no-consolidadas podía
verse como un proceso crítico, pero subsanable con campañas cívicas, con
reformas que profundizaran la democracia y descentralizaran el proceso de
construcción de las políticas públicas.
Pero el autoritarismo no desapareció del espectro
político. Asumió un nuevo ropaje, emergieron regímenes híbridos de diverso
tipo, hasta llegar a cubrir a un tercio de la humanidad.
El autoritarismo también se reinventa |
La crisis del 2008 llevó la amenaza al centro del
sistema, y la respuesta llamó la atención. La tensión entre la globalización
planetaria y las democracias, territorialmente establecidas, empezó a
expresarse en dramas concretos.
Recordemos algunos hechos. Durante 2011 las
instituciones europeas presionan a gobiernos concretos de la Europa meridional,
determinando cambios más allá de los mecanismos democráticos. El caso de la
selección de Mario Monti como Jefe de Gobierno en Italia, en noviembre de 2011
podría ser un ejemplo, su mérito fundamental era su experiencia no-partidista
en instituciones europeas. En otro sentido, pero similar, se realizó una reforma,
con aprobación bipartita, a la Constitución española de 1978, esta presionada
por las instituciones europeas en el mismo año 2011.
Las movilizaciones de jóvenes en Estados Unidos y en
Europa, en el marco de la crisis financiera, no son un tema menor. Más allá del
tema antiglobalización hay un llamado de atención al establishment político y
económico. De allí la emergencia de la apuesta populista, bien sea de izquierda
o de derecha, el impacto de su reclamo expresa una crítica a la brecha entre
los representados y sus representantes.
Los progresistas buscaron su ruptura con el establishment |
En los sectores progresistas hubo búsqueda de
salidas que disputaran el dominio de la política al establishment tradicional.
Recordemos que Barack Obama llegó a la Presidencia como una alternativa
crítica, candidaturas como las de Bernie Sanders en EEUU y Jeremy Corbin en el
Reino Unido eran expresión de esta búsqueda.
El ala derecha, conservadora, también presentó sus
representantes rupturistas, con una agenda distinta, culturalmente
reaccionaria, tradicionalista, con rasgos xenófobos, anti inmigrantes y anti
musulmanes. Reclamando el retorno a una sociedad imaginada como homogénea y
pacífica, lo que no es sino una recreación idealizada de un pasado que nunca
existió. Donald Trump es la expresión más acabada de este populismo reaccionario.
Lo que se trasluce detrás de toda la onda populista
es la crítica a la brecha existente entre los ciudadanos y el establishment, así
como también una crítica a las incapacidades de la política para darle poder al
ciudadano sobre los cambios que está viviendo. Una creciente cantidad de
ciudadanos han sentido una pérdida de poder sobre sus vidas y sobre su futuro.
Esto se encuentra en el centro de la agenda democrática.
Un nuevo pacto fundacional |
Es hora de repensar una renovación de votos para el
matrimonio entre el liberalismo y la democracia. No es posible la preservación
de la democracia sin instituciones liberales, pero lo inverso también es
cierto, el derrumbe de la democracia arrastra tras de sí a la institucionalidad
liberal. El poder del ciudadano para controlar su vida y su destino va más allá
de las reglas del mercado, es un asunto de política democrática, de
deliberación pública. No es el dominio exclusivo de técnicos y tecnócratas, no
es privilegio de expertos, sino construcción colectiva, inclusiva.
Otro tema es asumir la relación entre estatalidad,
territorialidad del poder democrático, y la autonomía de los flujos globales. Todas
las democracias realmente existentes implican administración del poder en un
territorio determinado, la consolidación del Estado moderno precedió su
conversión en un Estado liberal y luego su democratización. El desmontaje del
Estado moderno, en sus atribuciones, funciones e instrumentos, ha sido
asimilado por la economía liberal pero ha generado un déficit en la política
democrático. Sería recomendable reflexionar sobre una interrogante en dos
sentidos: ¿Es posible globalizar la democracia? ¿Es posible democratizar la
globalización?
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