Vientos de cambio soplan a las puertas del Parlamento |
Desde los recorridos en la Isla de
Margarita o en Tucupita, hasta las caminatas en la serranía de Perijá en el
Zulia, desde los predios de las ciudades de Coro y Punto Fijo en Falcón, hasta
las comunidades de Puerto Ayacucho se eleva similar clamor. En sitios tan
distintos como la urbanizada y popular Caracas y los caseríos guariqueños se
escucha la misma exigencia: ¡esto tiene que cambiar!
En las encuestas no sólo estamos
viendo el derrumbe en la popularidad del gobierno de Nicolás Maduro, sino
también la convicción creciente y mayoritaria de que su gobierno es responsable
de la crisis que cotidianamente vive la familia venezolana. El gobierno está
perdiendo las elecciones en todo el país.
Hay también una claridad meridiana
en otra convicción, la de que este gobierno es incapaz de aprender, de enmendar
las políticas y de rectificar el rumbo. Esta pérdida de credibilidad no se
limita a Maduro, sino que se extiende a toda esa pequeña elite que lo rodea, a
esa nomenklatura que se ha adueñado
del Estado, que usa el poder para enriquecerse a partir de la depauperación
progresiva de las grandes mayorías. Una nomenklatura
que ha perdido conexión con las grandes mayorías, que se encuentra aislada del
padecer real de los venezolanos de a pie.
Una pequeña nomenklatura se adueñó del Estado |
De la percepción del fracaso
gubernamental nace también otra certeza, que comparten los más diversos
sectores y prácticamente todos los analistas, no hay recuperación económica sin
cambio político, no hay resolución de los problemas sociales de las grandes
mayorías sin que haya un cambio en el funcionamiento y en la correlación del
poder. El problema económico y social de Venezuela es un problema
fundamentalmente político porque descansa en la manera en que funciona el poder.
El modelo político dominante se articula medularmente con el modelo económico, esa
convicción impregna toda la exigencia de cambio.
Este es el mapa de la Venezuela de
2015, mapa a partir del cual emerge esta exigencia masiva, sólida, de cambio. La
nueva Asamblea Nacional, electa el 6 de diciembre, será expresión de esa
exigencia. Una expresión distorsionada por las condiciones electorales, por el
abuso de poder y el ventajismo gubernamental, pero mayoritaria a favor de una
transformación política sustancial.
Parece evidente que el chavismo se
quedará en minoría en el nuevo Parlamento. Los candidatos de la Mesa de Unidad
Democrática están ganando, con ventaja apreciable, en sitios que antes le eran
adversos, como Puerto Cabello, Guarenas, el sur de Valencia, en las zonas populares
de Caracas, en todo el estado Barinas. El voto que estarán recibiendo los
candidatos de la MUD será una exigencia de cambio político, para que sea
posible la recuperación económica y social.
Colas y escasez, lo cotidiano |
He hablado de necesidad, de
exigencia, pero no aún de certeza. Este detalle es importante, porque implica
que el voto que los candidatos de la MUD recibirán, en abrumadora mayoría, en
avalancha, no será un cheque en blanco, sino una exigencia condicionada a un
desempeño. La frustración y el miedo son sentimientos poderosos en la Venezuela
de hoy, así como la desconfianza cotidiana, y eso también tiene expresión
política.
Una nomenklatura aislada y en declive
El militarismo se ha reforzado |
Por eso es tan importante la
elección del 6 de diciembre, podría ser el punto de inflexión de una de dos
transiciones posibles, aquella que nos llevaría a un régimen abiertamente
autoritario o aquella que nos puede conducir a un nuevo régimen democrático.
Ante la pérdida del apoyo popular
la desesperación de la pequeña nomenklatura
gubernamental se ha desbordado. La violencia política contra los candidatos de
la alternativa democrática ha vuelto a hacer su aparición. Ataques en Petare
contra las movilizaciones de Pizarro, en Yare contra Capriles, en Caricuao, en
Guayana, finalizando trágicamente con el asesinato de Luis Manuel Díaz en
Altagracia de Orituco durante un mitin de Lilian Tintori. Parece que estamos en
presencia de una escalada impulsada desde las altas esferas del poder que
controla la nomenklatura. Pura
desesperación con el objetivo de atemorizar a un electorado cansado y molesto.
La violencia política ha sido seña de identidad desde el 4F1992 |
El empleo de esta táctica en 2015
tiene sabor a derrota para el oficialismo. Se trasluce desesperación. Apelar
también al chantaje clientelar, a la presión criminal contra los ciudadanos que
decidieron apostar al cambio, refleja el agotamiento de una antigua pasión.
Pero no será la última carta que el poder jugará. Hasta el último día intentarán escamotear el proceso de cambio y arrebatar la victoria a las fuerzas democráticas. Hay circuitos claves para que el triunfo democrático sea posible, allí las fuerzas del continuismo intentarán presionar el día de los comicios. La Mesa de Unidad Democrática se ha fortalecido organizativa y políticamente para responder a esa coyuntura. La comunidad internacional está atenta a lo que ocurra el día de las elecciones.
Si sabemos actuar con firmeza
democrática las fuerzas reaccionarias del conservadurismo gubernamental no
podrán impedir la victoria de los candidatos de la MUD en la gran mayoría de
los circuitos de Venezuela. El cambio se abrirá paso, y entonces se presentará una
encrucijada clave.
La encrucijada del 2016
El 5 de enero de 2016 se instalará una nueva AN |
Frente a
una Asamblea Nacional de mayoría democrática nos encontraríamos con otros
cuatro poderes tomados por quienes están comprometidos con la continuidad del
proceso de autocratización. Un escenario de cerco pretendería convertir
una victoria electoral de los demócratas en una nueva frustración. El conflicto
institucional se encontraría a la orden del día.
Es
imperativo reclamar la nueva legitimidad popular ganada por la Asamblea
Nacional, como representación plural de una nueva Venezuela, la que exige y
construirá un cambio democrático, frente a la pequeña nomenklatura que
se atrinchera menguada en el poder.
El
gobierno jugará a dividir a la oposición a través del juego “del palo y la
zanahoria”, por un lado amenazará con la violencia política, con la represión,
con el abuso institucional, mientras que por el otro deslizará la zanahoria de
la cohabitación. Esta última constituye una trampa-jaula tremendamente
peligrosa que podría dar al traste con las posibilidades de una transición a la
democracia.
Legislar,
controlar al poder y ser foro político de la Nación venezolana son las
funciones de la Asamblea Nacional. Partiendo de un resultado electoral positivo
para la MUD se abren varias opciones de acción política dentro de este espacio.
Vamos a repasar algunas:
La ruptura inmediata:
Los
sectores más radicales podrían hacer una lectura del hecho político de la
victoria electoral opositora como un plebiscito sobre el gobierno de Nicolás
Maduro. Partiendo de allí podrían pensar en impulsar la renuncia inmediata del
Presidente. Es posible que pretendan impulsar esa agenda desde el 7 de
diciembre, pero las resistencias institucionales serían inmensas, y el cambio
no tendría capacidad de asentarse efectivamente. Es muy poco probable que prospere
y esta vía de acción podría derivar en una nueva ola de frustraciones.
La leal oposición institucionalizante:
Una parte
de la oposición en la AN podría pretender contener su acción al escenario
institucional parlamentario, apaciguando la movilización social, que verían
como amenaza y no como oportunidad. Evitarían la confrontación política directa
esperando que la incapacidad gubernamental y la crisis se vayan llevando al
gobierno, elección tras elección. Centrarían su acción política en la
capitalización electoral de la crisis socioeconómica, enfocándose en la
realización de las elecciones de 2016 y 2018.
Esta es
una ruta tentadora para la “política cortesana” moderada, desconfiada ante la
movilización de masas y la protesta, dada para la construcción de acuerdos
entre pocos. Esta línea de acción parte de algunas premisas, la primera es que
el régimen no puede prescindir de la realización de elecciones competitivas, la
segunda es que la crisis socioeconómica seguirá hundiendo al gobierno de
Maduro, la tercera es que la moderación política hace posible tender puentes
con sectores del régimen dispuestos a transitar a un esquema de alternabilidad
política y progresiva constitucionalización e institucionalización del
ejercicio del poder.
Esta
convivencia institucional genera un área de confort para la política
tradicional, un espacio para la construcción de consensos entre sectores del
Estado y la oposición, para alianzas coyunturales en torno a hechos puntuales,
siempre y cuando no comprometan el funcionamiento medular del poder.
Hay un
error fundamental en esta línea de conducta, que deriva de dos limitaciones,
primero, de un diagnóstico equivocado de las características del régimen
político, según el cual estamos simplemente en un gobierno ineficiente y
corrupto pero con un régimen susceptible a la democratización, maleable al
cambio institucional, y segundo, de las inseguridades respecto a las
capacidades de las fuerzas democráticas, “hasta acá podemos llegar, no podemos
hacer más nada”.
Convertirse
en la leal oposición es una peligrosa tentación, que podría abrir paso a
escenarios de cohabitación y a episodios de cooptación. Apaciguar
la protesta social y la movilización sería el error central de esta postura,
porque permitiría el aislamiento de la Asamblea Nacional por los otros cuatro
poderes, bloqueando la posibilidad de dar una respuesta política efectiva a la
autocratización del sistema. Así, la AN sería un escenario estéril para
impulsar la democratización.
El ariete democratizador:
En este
escenario la nueva mayoría democrática convierte a la Asamblea Nacional en la
vanguardia de un amplio movimiento social democratizador del régimen político,
tomaría la decisión de impulsar la movilización, de acompañar efectivamente la
protesta social, visibilizándola, articulándola con iniciativas parlamentarias,
denunciando la represión, protegiendo a los líderes sociales.
El Parlamento sería un ariete contra el sistema autoritario para impulsar cambios en el funcionamiento y en la correlación de poder, dentro y fuera de las instituciones, en una agenda de transición a la democracia.
En este escenario es más difícil para el régimen establecer un cerco alrededor de la AN ya que la mayoría democrática actuaría como vocera de fuerzas sociales movilizadas que respaldan el proceso de cambio.
La Asamblea Nacional se convertiría efectivamente en el foro político de la Nación, en el espacio para la construcción de grandes acuerdos sociales conectados con una agenda de democratización. Con iniciativa política y movilización social hay más posibilidades que el bloque de poder autoritario se rompa internamente, de ese quiebre pueden desprenderse sectores enteros dispuestos a sumarse en el tránsito hacia una democracia. El aislamiento gubernamental sería mayor y las posibilidades de cambio político se incrementarían. La ruptura democratizante se abriría paso, dejando atrás al gobierno y poniendo en jaque a las fuerzas autoritarias ante un nuevo bloque político y social: una alianza democrática con presencia institucional unificada y con movilización social orgánicamente implantada en puntos neurálgicos de las redes que conforman la nación venezolana.
Reflexiones finales:
La
democratización no se dará sin resistencia, y ésta no podrá vencerse sin
movilización. Para que podamos transitar a la democracia se requiere que todas
nuestras acciones políticas amplíen y consoliden la alianza social que sostiene
la agenda del cambio y la democratización. Eso implica claridad unitaria en el
diagnóstico, una estrategia unitaria en ejecución y un conjunto de acciones
tácticas que converjan hacia el mismo objetivo.
Lo primero es terminar de asimilar que en Venezuela no vivimos en un régimen político democrático, sino en un autoritarismo competitivo en progresivo deslizamiento autocratizante. Es importante ser consciente de este proceso de degeneración del régimen político venezolano que refuerza en cada momento sus características autoritarias y se hace menos competitivo.
Hay quienes creen, desde su buena fe, que la transición a la democracia en Venezuela es solo cuestión de tiempo, y que se dará dentro de una dinámica legal-institucional, que puede ser seguida de elección en elección, hasta que los autoritarios se retiren del poder y los demócratas terminen de alcanzarlo.
Lamentablemente este tipo de regímenes no se comporta así. Si no se le opone una fuerte resistencia, si no se moviliza a los sectores comprometidos con el cambio democratizante la naturaleza del régimen se impone, deviniendo en un cerrado autoritarismo. No debemos perder eso de vista.
¿Qué tiene que ver este diagnóstico con el rol de la nueva Asamblea Nacional? Mucho, casi todo, por no decir todo, si tenemos claro que el objetivo de la Mesa de Unidad Democrática es conducir a Venezuela a un sistema democrático. Si partimos de este diagnóstico nuestra labor implica tres procesos, primero, detener el deslizamiento autoritario del régimen, segundo, revertir políticamente la autocratización del sistema y tercero, impulsar cambios que impulsen la democratización, la transición a la democracia.
Este es el rol histórico que las fuerzas democráticas tienen en la Asamblea Nacional, y cada uno de estos procesos enfrentará grandes resistencias institucionales, sociales y políticas. Inevitablemente el 2016 será un escenario de agudización de la crisis económica y social.
Hay tres funciones centrales en una Asamblea Nacional, legislar, controlar al poder y ser foro político de los problemas de los venezolanos. Ante las críticas condiciones de la sociedad venezolana esta última función ha de colocarse en el centro del discurso político, ser caja de resonancia de los problemas de los venezolanos, accionar para su resolución para ser el principal impulsor del cambio político en Venezuela. Por ende:
- Debe propiciarse la ampliación y consolidación de las alianzas sociales que propicien el cambio político democrático. La Asamblea Nacional debe movilizar sus recursos para ampliar y fortalecer dicha alianza.
- La Asamblea Nacional ha de ser el espacio privilegiado para el diálogo político y la negociación, en la búsqueda de un cambio pacífico hacia la democracia. Se debe restablecer el diálogo en la Asamblea Nacional con miras a construir el cambio.
- Es imperativo que la Asamblea Nacional tenga una fuerte iniciativa política.
- Hay que propiciar el cambio en los poderes públicos para restablecer su autonomía e independencia.
- Hay que realizar gestos claros de ruptura política que mantengan la movilización para presionar mayores cambios en el funcionamiento del poder.
Si desde
la Asamblea Nacional una nueva mayoría impulsa la democratización, la
confrontación política, la movilización, podría conducir a Venezuela a la
democracia. Eso no está asegurado, es una decisión, y el mes que transcurrirá
entre las elecciones del 6 de diciembre de 2015 y la instalación del nuevo
Parlamento el 5 de enero de 2016 será el período clave para ajustar el rumbo.
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