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A la Asamblea Nacional, ¿Para qué?

Vientos de cambio soplan a las puertas del Parlamento
Un fantasma recorre Venezuela, la necesidad de un cambio en el rumbo, convertida ahora en una masiva exigencia popular. Exigencia que emerge de una realidad, la sociedad ya cambió, lo reflejan las más diversas encuestas, y las elecciones del 6 de diciembre serán la expresión político electoral de este cambio, que tomará los curules de la Asamblea Nacional.

Desde los recorridos en la Isla de Margarita o en Tucupita, hasta las caminatas en la serranía de Perijá en el Zulia, desde los predios de las ciudades de Coro y Punto Fijo en Falcón, hasta las comunidades de Puerto Ayacucho se eleva similar clamor. En sitios tan distintos como la urbanizada y popular Caracas y los caseríos guariqueños se escucha la misma exigencia: ¡esto tiene que cambiar!

En las encuestas no sólo estamos viendo el derrumbe en la popularidad del gobierno de Nicolás Maduro, sino también la convicción creciente y mayoritaria de que su gobierno es responsable de la crisis que cotidianamente vive la familia venezolana. El gobierno está perdiendo las elecciones en todo el país.

Hay también una claridad meridiana en otra convicción, la de que este gobierno es incapaz de aprender, de enmendar las políticas y de rectificar el rumbo. Esta pérdida de credibilidad no se limita a Maduro, sino que se extiende a toda esa pequeña elite que lo rodea, a esa nomenklatura que se ha adueñado del Estado, que usa el poder para enriquecerse a partir de la depauperación progresiva de las grandes mayorías. Una nomenklatura que ha perdido conexión con las grandes mayorías, que se encuentra aislada del padecer real de los venezolanos de a pie.

Una pequeña nomenklatura se adueñó del Estado
La destrucción de la moneda y el enriquecimiento de esta pequeña nomenklatura son dos procesos paralelos que los sectores populares perciben con creciente claridad. La escasez, las largas colas para adquirir escasos productos, la expansión de una delincuencia homicida que actúa con total impunidad, todo esto es paisaje cotidiano del venezolano.

De la percepción del fracaso gubernamental nace también otra certeza, que comparten los más diversos sectores y prácticamente todos los analistas, no hay recuperación económica sin cambio político, no hay resolución de los problemas sociales de las grandes mayorías sin que haya un cambio en el funcionamiento y en la correlación del poder. El problema económico y social de Venezuela es un problema fundamentalmente político porque descansa en la manera en que funciona el poder. El modelo político dominante se articula medularmente con el modelo económico, esa convicción impregna toda la exigencia de cambio.

Este es el mapa de la Venezuela de 2015, mapa a partir del cual emerge esta exigencia masiva, sólida, de cambio. La nueva Asamblea Nacional, electa el 6 de diciembre, será expresión de esa exigencia. Una expresión distorsionada por las condiciones electorales, por el abuso de poder y el ventajismo gubernamental, pero mayoritaria a favor de una transformación política sustancial.

Parece evidente que el chavismo se quedará en minoría en el nuevo Parlamento. Los candidatos de la Mesa de Unidad Democrática están ganando, con ventaja apreciable, en sitios que antes le eran adversos, como Puerto Cabello, Guarenas, el sur de Valencia, en las zonas populares de Caracas, en todo el estado Barinas. El voto que estarán recibiendo los candidatos de la MUD será una exigencia de cambio político, para que sea posible la recuperación económica y social.

Colas y escasez, lo cotidiano
Entonces, la Asamblea Nacional que se instalará el 5 de enero de 2016 será depositaria de una soberanía popular, diversa y plural. Será expresión de esta nueva Venezuela, tan distinta a la de 2013, cuando el pueblo fue convocado por última vez a expresarse en las urnas electorales.

He hablado de necesidad, de exigencia, pero no aún de certeza. Este detalle es importante, porque implica que el voto que los candidatos de la MUD recibirán, en abrumadora mayoría, en avalancha, no será un cheque en blanco, sino una exigencia condicionada a un desempeño. La frustración y el miedo son sentimientos poderosos en la Venezuela de hoy, así como la desconfianza cotidiana, y eso también tiene expresión política.

Una nomenklatura aislada y en declive


El militarismo se ha reforzado
Así como ha venido ocurriendo un cambio en la sociedad también el régimen ha venido mutando. Hace tiempo que no hay democracia en Venezuela. Se han venido reforzando todos los elementos autoritarios presentes desde su origen en el régimen, y la mutación no ha terminado.

Por eso es tan importante la elección del 6 de diciembre, podría ser el punto de inflexión de una de dos transiciones posibles, aquella que nos llevaría a un régimen abiertamente autoritario o aquella que nos puede conducir a un nuevo régimen democrático.

Ante la pérdida del apoyo popular la desesperación de la pequeña nomenklatura gubernamental se ha desbordado. La violencia política contra los candidatos de la alternativa democrática ha vuelto a hacer su aparición. Ataques en Petare contra las movilizaciones de Pizarro, en Yare contra Capriles, en Caricuao, en Guayana, finalizando trágicamente con el asesinato de Luis Manuel Díaz en Altagracia de Orituco durante un mitin de Lilian Tintori. Parece que estamos en presencia de una escalada impulsada desde las altas esferas del poder que controla la nomenklatura. Pura desesperación con el objetivo de atemorizar a un electorado cansado y molesto.

La violencia política ha sido seña de identidad desde el 4F1992
La táctica oficialista de la violencia política no es nueva. Desde la aparición del chavismo en el escenario político venezolano, el 4 de febrero de 1992, ha sido la violencia política una seña identitaria de su accionar. Su discurso, político e histórico, desarrolla grandes apologías a la violencia, reivindicando la guerrilla de los años sesenta y los golpes de Estado de 1992. Ha empleado, desde 1998, la violencia política como herramienta recurrente, no podemos olvidar “la esquina caliente”, el bloqueo violento a los parlamentarios en el Congreso en 1999, la acción de los “círculos bolivarianos” hasta llegar a la violenta presencia de los “colectivos”.

El empleo de esta táctica en 2015 tiene sabor a derrota para el oficialismo. Se trasluce desesperación. Apelar también al chantaje clientelar, a la presión criminal contra los ciudadanos que decidieron apostar al cambio, refleja el agotamiento de una antigua pasión.

Pero no será la última carta que el poder jugará. Hasta el último día intentarán escamotear el proceso de cambio y arrebatar la victoria a las fuerzas democráticas. Hay circuitos claves para que el triunfo democrático sea posible, allí las fuerzas del continuismo intentarán presionar el día de los comicios. La Mesa de Unidad Democrática se ha fortalecido organizativa y políticamente para responder a esa coyuntura. La comunidad internacional está atenta a lo que ocurra el día de las elecciones.

Si sabemos actuar con firmeza democrática las fuerzas reaccionarias del conservadurismo gubernamental no podrán impedir la victoria de los candidatos de la MUD en la gran mayoría de los circuitos de Venezuela. El cambio se abrirá paso, y entonces se presentará una encrucijada clave.

La encrucijada del 2016

El 5 de enero de 2016 se instalará una nueva AN
En la construcción colectiva de un cambio político democratizador una victoria electoral de la oposición que se convierta en una Asamblea Nacional con mayoría democrática representaría el inicio de una transformación en la correlación institucional del poder, pero no necesariamente en su funcionamiento.

Frente a una Asamblea Nacional de mayoría democrática nos encontraríamos con otros cuatro poderes tomados por quienes están comprometidos con la continuidad del proceso de autocratización. Un escenario de cerco pretendería convertir una victoria electoral de los demócratas en una nueva frustración. El conflicto institucional se encontraría a la orden del día.

Es imperativo reclamar la nueva legitimidad popular ganada por la Asamblea Nacional, como representación plural de una nueva Venezuela, la que exige y construirá un cambio democrático, frente a la pequeña nomenklatura que se atrinchera menguada en el poder.

El gobierno jugará a dividir a la oposición a través del juego “del palo y la zanahoria”, por un lado amenazará con la violencia política, con la represión, con el abuso institucional, mientras que por el otro deslizará la zanahoria de la cohabitación. Esta última constituye una trampa-jaula tremendamente peligrosa que podría dar al traste con las posibilidades de una transición a la democracia.

Legislar, controlar al poder y ser foro político de la Nación venezolana son las funciones de la Asamblea Nacional. Partiendo de un resultado electoral positivo para la MUD se abren varias opciones de acción política dentro de este espacio. Vamos a repasar algunas:

La ruptura inmediata:

Los sectores más radicales podrían hacer una lectura del hecho político de la victoria electoral opositora como un plebiscito sobre el gobierno de Nicolás Maduro. Partiendo de allí podrían pensar en impulsar la renuncia inmediata del Presidente. Es posible que pretendan impulsar esa agenda desde el 7 de diciembre, pero las resistencias institucionales serían inmensas, y el cambio no tendría capacidad de asentarse efectivamente. Es muy poco probable que prospere y esta vía de acción podría derivar en una nueva ola de frustraciones.

La leal oposición institucionalizante:

Una parte de la oposición en la AN podría pretender contener su acción al escenario institucional parlamentario, apaciguando la movilización social, que verían como amenaza y no como oportunidad. Evitarían la confrontación política directa esperando que la incapacidad gubernamental y la crisis se vayan llevando al gobierno, elección tras elección. Centrarían su acción política en la capitalización electoral de la crisis socioeconómica, enfocándose en la realización de las elecciones de 2016 y 2018.

Esta es una ruta tentadora para la “política cortesana” moderada, desconfiada ante la movilización de masas y la protesta, dada para la construcción de acuerdos entre pocos. Esta línea de acción parte de algunas premisas, la primera es que el régimen no puede prescindir de la realización de elecciones competitivas, la segunda es que la crisis socioeconómica seguirá hundiendo al gobierno de Maduro, la tercera es que la moderación política hace posible tender puentes con sectores del régimen dispuestos a transitar a un esquema de alternabilidad política y progresiva constitucionalización e institucionalización del ejercicio del poder.

Esta convivencia institucional genera un área de confort para la política tradicional, un espacio para la construcción de consensos entre sectores del Estado y la oposición, para alianzas coyunturales en torno a hechos puntuales, siempre y cuando no comprometan el funcionamiento medular del poder.

Hay un error fundamental en esta línea de conducta, que deriva de dos limitaciones, primero, de un diagnóstico equivocado de las características del régimen político, según el cual estamos simplemente en un gobierno ineficiente y corrupto pero con un régimen susceptible a la democratización, maleable al cambio institucional, y segundo, de las inseguridades respecto a las capacidades de las fuerzas democráticas, “hasta acá podemos llegar, no podemos hacer más nada”.

Convertirse en la leal oposición es una peligrosa tentación, que podría abrir paso a escenarios de cohabitación y a episodios de cooptación. Apaciguar la protesta social y la movilización sería el error central de esta postura, porque permitiría el aislamiento de la Asamblea Nacional por los otros cuatro poderes, bloqueando la posibilidad de dar una respuesta política efectiva a la autocratización del sistema. Así, la AN sería un escenario estéril para impulsar la democratización.

El ariete democratizador:

En este escenario la nueva mayoría democrática convierte a la Asamblea Nacional en la vanguardia de un amplio movimiento social democratizador del régimen político, tomaría la decisión de impulsar la movilización, de acompañar efectivamente la protesta social, visibilizándola, articulándola con iniciativas parlamentarias, denunciando la represión, protegiendo a los líderes sociales.

El Parlamento sería un ariete contra el sistema autoritario para impulsar cambios en el funcionamiento y en la correlación de poder, dentro y fuera de las instituciones, en una agenda de transición a la democracia.

En este escenario es más difícil para el régimen establecer un cerco alrededor de la AN ya que la mayoría democrática actuaría como vocera de fuerzas sociales movilizadas que respaldan el proceso de cambio.

La Asamblea Nacional se convertiría efectivamente en el foro político de la Nación, en el espacio para la construcción de grandes acuerdos sociales conectados con una agenda de democratización. Con iniciativa política y movilización social hay más posibilidades que el bloque de poder autoritario se rompa internamente, de ese quiebre pueden desprenderse sectores enteros dispuestos a sumarse en el tránsito hacia una democracia. El aislamiento gubernamental sería mayor y las posibilidades de cambio político se incrementarían. La ruptura democratizante se abriría paso, dejando atrás al gobierno y poniendo en jaque a las fuerzas autoritarias ante un nuevo bloque político y social: una alianza democrática con presencia institucional unificada y con movilización social orgánicamente implantada en puntos neurálgicos de las redes que conforman la nación venezolana.

Reflexiones finales:

La democratización no se dará sin resistencia, y ésta no podrá vencerse sin movilización. Para que podamos transitar a la democracia se requiere que todas nuestras acciones políticas amplíen y consoliden la alianza social que sostiene la agenda del cambio y la democratización. Eso implica claridad unitaria en el diagnóstico, una estrategia unitaria en ejecución y un conjunto de acciones tácticas que converjan hacia el mismo objetivo.

Lo primero es terminar de asimilar que en Venezuela no vivimos en un régimen político democrático, sino en un autoritarismo competitivo en progresivo deslizamiento autocratizante. Es importante ser consciente de este proceso de degeneración del régimen político venezolano que refuerza en cada momento sus características autoritarias y se hace menos competitivo.

Hay quienes creen, desde su buena fe, que la transición a la democracia en Venezuela es solo cuestión de tiempo, y que se dará dentro de una dinámica legal-institucional, que puede ser seguida de elección en elección, hasta que los autoritarios se retiren del poder y los demócratas terminen de alcanzarlo.

Lamentablemente este tipo de regímenes no se comporta así. Si no se le opone una fuerte resistencia, si no se moviliza a los sectores comprometidos con el cambio democratizante la naturaleza del régimen se impone, deviniendo en un cerrado autoritarismo. No debemos perder eso de vista.

¿Qué tiene que ver este diagnóstico con el rol de la nueva Asamblea Nacional? Mucho, casi todo, por no decir todo, si tenemos claro que el objetivo de la Mesa de Unidad Democrática es conducir a Venezuela a un sistema democrático. Si partimos de este diagnóstico nuestra labor implica tres procesos, primero, detener el deslizamiento autoritario del régimen, segundo, revertir políticamente la autocratización del sistema y tercero, impulsar cambios que impulsen la democratización, la transición a la democracia.

Este es el rol histórico que las fuerzas democráticas tienen en la Asamblea Nacional, y cada uno de estos procesos enfrentará grandes resistencias institucionales, sociales y políticas. Inevitablemente el 2016 será un escenario de agudización de la crisis económica y social.

Hay tres funciones centrales en una Asamblea Nacional, legislar, controlar al poder y ser foro político de los problemas de los venezolanos. Ante las críticas condiciones de la sociedad venezolana esta última función ha de colocarse en el centro del discurso político, ser caja de resonancia de los problemas de los venezolanos, accionar para su resolución para ser el principal impulsor del cambio político en Venezuela. Por ende:
  • Debe propiciarse la ampliación y consolidación de las alianzas sociales que propicien el cambio político democrático. La Asamblea Nacional debe movilizar sus recursos para ampliar y fortalecer dicha alianza.
  • La Asamblea Nacional ha de ser el espacio privilegiado para el diálogo político y la negociación, en la búsqueda de un cambio pacífico hacia la democracia. Se debe restablecer el diálogo en la Asamblea Nacional con miras a construir el cambio.
  • Es imperativo que la Asamblea Nacional tenga una fuerte iniciativa política.
  • Hay que propiciar el cambio en los poderes públicos para restablecer su autonomía e independencia.
  • Hay que realizar gestos claros de ruptura política que mantengan la movilización para presionar mayores cambios en el funcionamiento del poder.
Si desde la Asamblea Nacional una nueva mayoría impulsa la democratización, la confrontación política, la movilización, podría conducir a Venezuela a la democracia. Eso no está asegurado, es una decisión, y el mes que transcurrirá entre las elecciones del 6 de diciembre de 2015 y la instalación del nuevo Parlamento el 5 de enero de 2016 será el período clave para ajustar el rumbo.

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