Reflexión bicentenaria ante el 19 de abril: fidelidad monárquica y cívica reivindicación de autogobierno
Con este 19 de abril se inauguran las conmemoraciones bicentenarias, que se extenderán, a ambos lados del Atlántico, prácticamente hasta 1830. Cada una de estas fechas, y con ello el proceso completo, han estado sujetas a múltiples interpretaciones y debates, que reflejan muchas veces la dinámica del poder de los celebrantes más que un acercamiento histórico comprehensivo de lo que este ciclo de ruptura contribuyó al modelaje de nuestro mundo contemporáneo.
El acercamiento nacionalista y militarista que envuelve la reflexión que, desde el poder, se hace sobre el ciclo de las independencias, muchas veces obstaculiza la comprensión más que facilitarla, al hacer énfasis simplificador en lo particular, en la construcción artificiosa de mitos nacionales.
Es que el 19 de abril de 1810 solo puede ser comprendido en el marco de una ruptura global, trasatlántica, que articula las más diversas particularidades americanas, los cabildos, los virreinatos, la dinámica específica de la sociedad criolla que se había venido constituyendo a lo largo de los tres siglos previos con la emergencia de un nuevo paradigma civilizatorio, la de la modernidad política, la de la ciudadanía, la emergencia liberal. Esta ruptura histórica, la era de la revolución como la denomina Eric Hobsbawm, no es un proceso lineal, maniqueo y simplista, sino que expresa históricamente un conjunto complejo de contradicciones, de dinámicas políticas, sociales, económicas, culturales esencialmente conflictivas.
La crisis que se genera en la monarquía española a partir de 1808 se enmarca entonces dentro un ciclo revolucionario trasatlántico que se inició a fines del siglo XVIII, ese complejo parto de modernidad política.
Una serie de eventos iban minando los cimientos que sostenían al Antiguo Régimen, la independencia de las colonias británicas de América iniciada en 1775, la promulgación de la constitución americana, de carácter republicano, en 1787, la conversión en Francia del Tercer Estado en Asamblea Nacional y el inicio de la Revolución en 1789, las constituciones de 1791 y 1793 y el Terror, la independencia de Haití en 1804, el inicio de las guerras napoleónicas y la reacción nacionalista que se mezcla con la defensa de las testas coronadas de Europa ante la expansión francesa.
Las viejas certezas se vaciaban de sentido y la incertidumbre se extendía, a ambos lados del Atlántico emerge con fuerza la noción de la soberanía popular y nacional, aparece la noción del ciudadano moderno convertida en una ola de transformaciones profundas, moviendo el piso sobre el que se sostienen las instituciones del Antiguo Régimen, que cuentan también con sus defensores.
No se entienda el impacto de esta ruptura como un traslado mecánico a las distintas realidades, la dinámica interna de las diversas sociedades fue parte fundamental del proceso. La invasión francesa a España, el secuestro–abdicación de los Borbones, es decir la desaparición de la Monarquía tradicional, generó una reacción popular difusa en la Península, la creación de Juntas Provinciales, luego de una Junta Central, que se vio obligada a trasladarse por la expansión de los franceses. La lucha contra los franceses entre 1808 y 1814 es considerada la guerra de independencia de España, que ayudó a la construcción de su nacionalidad contemporánea y de su proyecto liberal, pero también marca el proceso de disolución de su imperio americano.
A esta dinámica no escapa de ninguna manera la sociedad criolla que se venía conformando en la América hispana, en el seno de un inmenso Imperio que unifica inmensos territorios desde California hasta Buenos Aires. Las reformas borbónicas del siglo XVIII habían generado consecuencias diversas y contradictorias en América, desde un nuevo enriquecimiento económico derivado de la libertad de comercio hasta una alienación política de la elite criolla frente al dominio peninsular sobre los cargos públicos del Imperio.
En Venezuela los mantuanos, elite criolla dominante en estas tierras, seguían con atención la dinámica política peninsular, la invasión francesa de 1808, el secuestro de la familia real, la abdicación de los Borbones y la llegada al poder de José Bonaparte. Las acciones de fidelidad a la monarquía borbónica fueron recurrentes y marcaron la actitud fundamental de los criollos, no solo habían rechazado anteriormente la invasión de Francisco de Miranda en 1806 sino que proclamaron la fidelidad a Fernando VII ante la crisis de 1808, actitud que ratificarían en 1810.
Los hechos concretos son analizados de manera extraordinaria por el joven historiador Ángel Almarza en “19 de abril de 1810, último acto de fidelidad al Rey de España” que invito a revisar. Pero lo que creo importante destacar es, primero, la necesidad de tener una comprensión trasatlántica integral del evento, ubicado en un contexto de mudanza histórica; segundo, comprender lo que significa el pronunciamiento de fidelidad monárquica de los mantuanos caraqueños, de los blancos criollos, al conformar la “Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII” como una reivindicación, dentro de la tradición pactista hispana, de la autonomía municipal y del autogobierno; tercero, del carácter fundamentalmente cívico, de emergencia de lo público, que representan los eventos del 19 de abril de 1810.
Así como es evidente que no hay una declaración de independencia en abril de 1810 también es importante destacar esa reivindicación cívica del autogobierno, al que se le reintegra su soberanía al disolverse el gobierno peninsular.
Esta tradición pactista se hace patente en diversos fragmentos de Acta del 19 de abril. El gobierno de la Regencia se considera nulo en su formación ya que no “ha sido constituido por el voto de estos fieles habitantes”, reconocidos como parte integral de la Corona de España, pero el documento va más allá, siendo nula la Regencia los pueblos recuperan el ejercicio de su gobierno, el “ejercicio de la soberanía interina”, encargándose de la “reforma de la constitución nacional” para “erigir en el seno mismo de estos países un sistema de gobierno que supla las enunciadas faltas, ejerciendo los derechos de la soberanía, que por el mismo hecho ha recaído en el pueblo, conforme a los mismos principios de la sabia Constitución primitiva de España., y a las máximas que ha enseñando y publicado en innumerables papeles la junta suprema extinguida”.
A partir de esta lógica el Ayuntamiento asume la suprema autoridad de la Provincia, colocando nuevos actores en los cargos públicos, sustituyendo a los representantes de la Regencia. Se apresuran a levantar “el grito, aclamando con su acostumbrada fidelidad al señor Don Fernando VII”, al mismo tiempo que proclaman “la soberanía interina del mismo pueblo”.
El discurso militarista y nacionalista, como el que hemos visto en el desfile cívico militar del día de hoy, ejecuta una manipulación de toda la ruptura independentista, vaciándola de contenido cívico y ciudadano, simplificando la emergencia de la modernidad republicana, presentando la independencia exclusivamente como una gesta heroica militar. Igualmente, la identificación entre independencia y libertad es una de las grandes manipulaciones del poder.
Ambas manipulaciones pretenden similares objetivos, la concepción de la independencia como hecho militar pretende justificar una supuesta superioridad del sector castrense sobre la sociedad. Es un gobierno militar el que presenta la celebración de los 200 años de un acto de afirmación cívica del autogobierno con un desfile cívico–militar, como una teatralización al servicio del poder.
Por otro lado, como bien ha señalado en diversas ocasiones Germán Carrera Damas, independencia y libertad son conceptos distintos. Un país puede ser independiente de un dominio extranjero, sin que por ello sea la libertad el signo bajo el cual viven sus habitantes; la construcción de la libertad, vinculada a la República, se relaciona con la construcción de ciudadanía, con la idea de que vivamos libres e iguales. La lucha por la libertad continua hoy, siendo esta la lucha contra las distintas formas de opresión, y contra las diversas privaciones, la que nos separa del carácter de súbditos y nos convierte plenamente en ciudadanos.
En conclusión, reivindiquemos hoy, al celebrar el Bicentenario del 19 de abril de 1810, la autonomía municipal, el autogobierno cívico contra el poder usurpador y arbitrario, celebrándolo como una gesta ciudadana, como la emergencia de lo público y el inicio de una larga senda de lucha por la libertad, por el proyecto de modernidad, por la capacidad que tenemos como pueblo de detener el ejercicio arbitrario y opresivo del poder absoluto. Así reivindicaríamos en 2010 los valores que movilizaron a los civiles que se levantaron en 1810.
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