Votar NO es defender la paz democrática y el progreso, es negarse a un proyecto militarista y personalista, es nuestra nueva oportunidad de apostar por el futuro en contra de la encarnación de la reacción y del arcaico caudillismo.
Estoy convencido que votar NO en el referéndum del 15 de febrero es un ejercicio supremo de afirmación democrática y republicana. Este es el momento en que el NO tiene un carácter profundamente afirmativo, afirmar la democracia, afirmar la República, afirmar el principio del gobierno alternativo. Nuestro compromiso con la larga marcha que la sociedad venezolana ha venido dándose hacia la construcción de la democracia, pasa por detener la posibilidad de la reelección indefinida. Votar NO es ratificar nuestra ciudadanía.
Eso pasa por quebrar el chantaje con el que Chávez pretende secuestrar como rehén al pueblo venezolano, y principalmente a aquellos que lo han seguido hasta el día de hoy. El discurso personalista del Presidente ha devenido, obsesivamente, en un brutal chantaje autoritario contra la sociedad, y el pueblo se ha convertido en un rehén de quien se proclama como su “único” intérprete. Chávez se presenta como el “único” posible, como la encarnación misma de la “Patria”, como la “garantía de la paz”, llegando incluso a volver a proclamarse que “Chávez es el pueblo”, negándole a la sociedad hasta su propia entidad.
Este discurso no es novedoso en la historia venezolana, es la resurrección de la teoría del “gendarme necesario” que puso en papel Laureano Vallenilla Lanz en su Cesarismo democrático, justificando la dictadura perpetua de Juan Vicente Gómez. Gómez también se proclamó “único” y convenció a muchos de que su ausencia significaba el retorno de las guerras civiles, mientras la realidad era que su política de terror, de tortura, de persecución política, era la continuación de esa misma guerra por otros medios.
A la muerte de Gómez la guerra no llegó, sino que el pueblo venezolano emprendió su dilatado camino hacia la democracia, por la autonomía, en paz. El gomecismo encarnaba el atraso eternizado en el poder, la reacción, el arcaico espíritu militarista decimonónico parasitariamente inserto en el siglo XX.
Ahora, este discurso del carácter “imprescindible” de Chávez nos muestra su carácter profundamente antidemocrático y antirrepublicano. La teoría del “gendarme necesario” es la negación de la democracia, ya que hace evidente el profundo desprecio que sus áulicos tienen por el pueblo venezolano, a quien consideran condenado al ejercicio de la violencia en ausencia de su “caudillo”. Como vemos, esta visión pesimista de las capacidades del pueblo para gobernarse a sí mismo es una de las excusas más recurrentes de los regímenes conservadores y reaccionarios para perpetuarse en el poder.
Chávez se presenta a sí mismo como la “garantía de la paz”, escondiendo la realidad tras del uso de esta frase chantajista, hoy sabemos que la verdad es que Chávez es sinónimo de guerra, de atraso, de la destrucción sistemática de lo que Venezuela ha venido construyendo, con muchas dificultades, durante sus doscientos años de vida republicana. Hugo Chávez representa el militarismo personalista, el retorno de la antigua mentalidad caudillista, la arbitrariedad por encima de la institucionalidad, la sumisión de la sociedad en contra de cualquier autonomía. Chávez representa el último obstáculo en la larga marcha de la sociedad venezolana hacia de plena vigencia de la democracia y de la República.
La larga marcha de la democracia en VenezuelaDesde que el 14 de febrero de 1936 el pueblo venezolano tomó las calles de Caracas, se emprendió la larga ruta por la construcción de la democracia, una lucha ardua contra el militarismo, contra las mentalidades autoritarias y contra el espíritu autocrático, contra el caudillismo y el personalismo político, siempre agazapados y latentes, como amenazas recurrentes, insertas en nuestra mentalidad tras tres siglos de monarquía y un siglo de guerras. En esta larga marcha, de generación en generación, la conciencia democrática se fue expandiendo en la sociedad, planteando una confrontación permanente entre democracia y atraso, entre la lucha por alcanzar la vigencia plena de las libertades públicas y la recurrente amenaza autoritaria.
Esta larga marcha del proyecto democrático, descubriéndose y haciéndose a sí mismo, fue la expansión de una creciente conciencia democrática en la sociedad venezolana, a través de la acción de sus partidos políticos, sindicatos, organizaciones civiles, movimientos sociales de distinto signo.
Entre 1936 y 1945 dos proyectos de modernización y transformación de Venezuela coexisten, con puntos de coincidencia y puntos de confrontación. El Presidente Eleazar López Contreras, heredero del gomecismo, comprendía la necesidad de un cambio, y redujo el período presidencial a un lustro en 1936. Las fuerzas democráticas presionan, en la calle y en la opinión pública, tanto por la vigencia plena de las libertades públicas, de la separación efectiva de los poderes públicos, como por la elección universal, directa y secreta del Presidente de la República.
La apertura política entró en un callejón sin salida en 1945, y la transición manejada por los herederos del gomecismo estalló en pedazos, y el 18 de octubre de ese año se inició un experimento radicalmente democrático. Este ensayo democrático, de corta duración, dejó una profunda huella en la conciencia de la sociedad venezolana, al reconocer la expansión de la ciudadanía plena para la mujer, para los analfabetos, para el campesinado. El 24 de noviembre de 1948 el militarismo regresó, derrocando a Rómulo Gallegos, el primer Presidente de la República electo por la votación universal, directa y secreta.
Una década de dictadura militar no pudo borrar la memoria de la democracia en la sociedad. Las fuerzas democráticas debieron sumergirse en la clandestinidad, en el exilio, líderes, dirigentes, militantes de Acción Democrática, del Partido Comunista, de COPEI, de URD, personajes independientes de mentalidad liberal, democrática, continuaron una sorda pero sostenida lucha.
La presión del proyecto democrático, a veces sumergido, cada vez más visible, presente en la sociedad, fue minando las bases de la estructura militarista del poder autocrático de Marcos Pérez Jiménez, quien ocultaba su falta de legitimidad popular tras una pared de concreto armado. La tortura, las persecuciones, la censura, no pudieron contra la convicción creciente de una sociedad que miraba a la modernidad democrática.
Estamos celebrando hoy los 51 años del derrocamiento del militarismo. El 23 de enero de 1958, tras movilizaciones populares reprimidas brutalmente, asesinato de dirigentes políticos, manifestaciones de los movimientos estudiantiles, alzamientos militares, pronunciamientos de la Iglesia Católica, protestas de los gremios, cayó el gobierno de Marcos Pérez Jiménez, la última dictadura del siglo XX venezolano. Finalmente, el proyecto democrático, como parte del proyecto republicano, se expresó en la tardía construcción del Estado Liberal Democrático a partir de 1958.
Chávez: encarnación de la reacción y del atrasoEn muchos sentidos la década presidida por Hugo Chávez puede ser considerada la década de las oportunidades perdidas para Venezuela. Durante estos 10 años una guerra sorda ha sido estimulada, aupada desde el discurso presidencial, maniqueo, dicotómico, excluyente. Chávez es la guerra, la confrontación creciente, el conflicto recurrente, la pelea cansona, la camorra permanente.
La retórica presidencial se alimenta permanentemente del discurso de gendarmería, abusador, enemigo de cualquier institucionalización, personalista y hegemónico, un militarismo con pretensiones totalitarias. El “toque de diana” que el chavismo usa como llamamiento madrugador para movilizar a sus militantes en las coyunturas electorales, refleja claramente la visión que tienen de la sociedad. Venezuela es concebida como un cuartel militar, y la sociedad es vista como una soldadesca, como un conjunto de reclutas sujetos al mando del “Jefe”, del “líder”. Este es el tipo de símbolos que nos lleva a comprender que Chávez, y el chavismo, representa un profundo atraso en la historia de la sociedad venezolana.
Eso se refleja en la decadencia institucional, y en materia de conciencia democrática, que hemos vivido durante estos últimos diez años. Entre 1999 y 2009 hubo una decadencia en materia de calidad institucional, un retroceso en Derechos Humanos, una destrucción del entramado económico privada, un aumento de la violencia y de la inseguridad, la desaparición del diálogo político, lo que expresa, en conjunto un profundo déficit democrático.
La estructura económica venezolana ha sido destruida sistemáticamente durante estos diez años. La inflación venezolana, uno de los principales factores de empobrecimiento, fue la más alta del continente americano, alcanzando durante 2008 una cifra de 30,9%. Esta inflación afecta especialmente a los sectores más pobres de la sociedad, entre quienes la tasa de inflación asciende hasta un 36%.
En Venezuela se ha destruido el parque industrial, lo que se expresa de forma particularmente fuerte en la desaparición de las pequeñas y medianas empresas manufactureras, con el consiguiente retroceso en el empleo.
Venezuela es hoy más dependiente del exterior, las importaciones de bienes de consumo y de servicios han ascendido a más de 48 mil millones de dólares, incluyendo el 80% del alimento de que consume en nuestro país. Entre 1999 y 2008 las importaciones han ascendido de 14.492 millones hasta más de 48.000 millones de dólares, lo que representa un crecimiento acumulado de 210%. Asimismo, hemos sufrido el impacto negativo de una fuga de capitales de 115.824 millones de dólares entre 1999 y 2009, alrededor de 11.582 millones de dólares de promedio anual.
Según el último informe de Human Rigths Watch, justo antes de su expulsión de Venezuela, se destaca la violación de los Derechos Humanos que se presenta en Venezuela, evidenciado en la existencia de presos políticos, la expansión de la violencia política impulsado desde el Estado. Una muestra de estos casos reposa en el seno de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, y la denuncia contra dichas violaciones ha motivado diversas resoluciones emitidas por organismos parlamentarios.
El sistema carcelario venezolano es uno de los más violentos y corruptos del mundo. Entre 1999 y 2008 murieron 3.361 reclusos y 10.917 personas fueron heridas en las cárceles venezolanas. De acuerdo a las cifras oficiales, sólo en 2008, con una población carcelaria de 24.360 reclusos, se originaron 1.224 incidentes violentos, en los que murieron 368 reclusos, y resultaron heridas 852 personas.
Durante la última década han reaparecido un conjunto de antiguas enfermedades endémicas en Venezuela, las cuales habían sido prácticamente erradicadas muchos antes, hemos visto reaparece al dengue, la varicela, la rubéola, la parotiditis, entre otras. Los casos de malaria han llegado a cifras alarmantes de 17.282 casos durante 2008, mientras que la parotiditis alcanzó una cifra de 164.773 casos y el dengue llegó a 28.640 casos reportados. La hepatitis B creció en un 80%.
Según el último informe de la Organización Transparencia Internacional, Venezuela es el segundo país más corrupto de América Latina, únicamente superado por Haití, ubicándose en el puesto 162 de un total de 180 países encuestados, compartiendo este infausto lugar con Bangladesh, Camboya, la República Centroafricana, Papua Nueva Guinea y Turkmenistán. El escándalo derivado del ingreso de un maletín lleno de dólares provenientes de Venezuela, en Argentina, representa solo la punta del iceberg de una gigantesca estructura de corrupción que existe en Venezuela.
Venezuela presente un grave déficit democrático, con una inexistente calidad institucional, sin separación de poderes, con una continua violación de la Constitución, amparada en el control que sobre todos los poderes ejerce el Presidente de la República.
En Venezuela no existe Estado de Derecho, estando penetradas todas las estructuras del poder judicial, las continuas expropiaciones ilegales, como la del Sambil de La Candelaria, la violación de la Constitución cuenta con el aval de un Poder Judicial controlado por la Presidencia de la República, creando una creciente inseguridad jurídica.
La destrucción institucional de Venezuela ha llegado a afectar gravemente a su política exterior, presenciamos la ausencia de una política exterior de Estado, transformada cada vez más en una diplomacia al servicio de una individualidad política.
Finalmente, el clima de crispación y conflictividad política es aupado desde la institución presidencial, haciendo imposible el establecimiento que cualquier tipo de diálogo político. Los grupos de la oposición no solo han sido humillados y perseguidos por el Estado sino que se ha establecido una política sistemática de destrucción de cualquier espacio de encuentro y de diálogo político.
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