Con este nombre se conoció, algo ya olvidado, un espíritu de convivencia, diálogo y tolerancia entre los distintos grupos políticos posterior al derrocamiento de la última dictadura militar. Consenso que giraba alrededor de la institucionalización de la nueva democracia.
En 1957 nadie se lo esperaba. La crisis económica y los continuos roces del gobierno dictatorial con la Iglesia Católica y con ciertos grupos empresariales fueron aislando al régimen. Una oposición disminuida por la represión y el exilio venía unificándose. En Venezuela la Junta Patriótica, mínima en tamaño, dirigida por Fabricio Ojeda, y conformada por representantes de la Unión Republicana Democrática, Acción Democrática, Partido Comunista de Venezuela y COPEI inició una campaña popular para minar al régimen. En Nueva York Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera se reunieron con Eleazar López Contreras para alcanzar un amplio consenso y no cometer los errores que llevaron al traste la experiencia democrática del trienio 1945 – 1948.
En diciembre de 1957 Marcos Pérez Jiménez ejecuta su última jugada, convoca un plebiscito que, siendo fraudulento, precipita su salida. El 21 de noviembre de 1957 una manifestación estudiantil contra el plebiscito es reprimida duramente. Diciembre parece terminar en calma.
El régimen dictatorial se enorgullecía de serlo institucional: el gobierno de las Fuerzas Armadas Nacionales. Enero de 1958 hizo público el estado de descomposición interna de la base de sustentación del régimen, primero la aviación, luego la división de tanques de Hugo Trejo, finalmente la Armada, el gobierno se venía abajo, y Marcos Pérez Jiménez lo sabía. El avión presidencial, “La Vaca Sagrada”, despega rumbo a Santo Domingo con un dictador derrocado en su interior. Marcos Pérez Jiménez huye del país. El pueblo sale a la calle a recuperar su libertad arrebatada una década antes.
Enero de 1958 es un mes para recordar, como de hecho lo es todo ese año, se inicia con el bramante sonido de aviones vaciando su metralla sobre el Palacio de Miraflores y termina con la victoria de Acción Democrática y de Rómulo Betancourt en unas cerradas elecciones, libres y populares, sobre Wolfgang Larrazábal.
El 1° de enero de 1958 un sonido ensordecedor despierta a los caraqueños: aviones de la base aérea de Maracay sobrevuelan Caracas. Jóvenes oficiales se alzan en Maracay contra la dictadura. Hugo Trejo con una división de tanques dirigiéndose a Miraflores se desvía hacia Los Teques, decisión que nadie entendió. Al poco tiempo el golpe de Estado de un sector de las Fuerzas Armadas, liderado por la Armada, se convierte en una rebelión popular.
La primera Junta, encabezada por Wolfgang Larrazabal, tenía dos personeros del régimen depuesto, la presión popular, y la de Hugo Trejo, obliga a la salida de dichos miembros y a su sustitución por dos civiles: Eugenio Mendoza y Blas Lamberti.
Durante todo el año de 1958 la situación no es clara, la salida del dictador no era garantía de consolidación inmediata del régimen democrático. El regreso de los curtidos líderes de los partidos políticos, Betancourt, Machado, Caldera, Villalba, más maduros, más realistas, no garantiza una transición suave. Tienen que enfrentarse a la inmensas posibilidades de una regresión militar o a una radicalización de los sectores más jóvenes de los partidos, situación evidente dentro de Acción Democrática, que llevaría al temprano fin del nuevo experimento democrático.
Muchos altos jerarcas de las Fuerzas Armadas seguían manteniendo no sólo fuertes relaciones con el viejo régimen, sino que esperaban pescar en el río revuelto de los días de enero para adueñarse de la situación y mudar un personalismo militarista, el de Pérez Jiménez, por un militarismo personalista, el propio; en ese marco se comprende la rebelión de Castro León y de Moncada Vidal, la salida intempestiva de Hugo Trejo y la intranquilidad de los sectores políticos. En ese marco se comprende la política de unidad que recorre ese año, los civiles se encontraban asediados e inseguros. El Pacto de Punto Fijo viene a reflejar un acuerdo general, un consenso amplio contra la regresión militar y por la consolidación democrática.
¿Cuándo se rompió el espíritu del 23 de enero? Muchos reiteran que con la firma del Pacto de Punto Fijo; lo cual parece inexacto, ya que dicho acuerdo se logra en el marco de la unidad y de la búsqueda del consenso típica de esta época. Otros remiten a la toma de posesión de Rómulo Betancourt o al radicalismo de la ultraizquierda y al inicio de la lucha armada. ¿Qué nos dejó ese enero? ¿Qué fue el espíritu del 23 de enero? El inicio del camino hacia la construcción de una sociedad democrática enmarcada dentro del reformismo capitalista y la búsqueda del consenso entre diversas elites. Al reflexionar sobre la instauración de la democracia en Venezuela en 1958 no se puede dejar de pensar en su paralelismo con el trienio adeco y el octubrismo sucedáneo, ni en el papel consensual que el Pacto de Punto Fijo y el puntofijismo tuvo en la consolidación del nuevo régimen.
La política de unidad de los primeros años de democracia, que lleva a dos gobiernos de coalición entre 1959 y 1969, se enmarca frente a dos procesos y contra dos adversarios: por un lado, Acción Democrática y Rómulo Betancourt específicamente, no querían por ningún motivo, repetir los errores que provocaron su derrocamiento en 1948; por el otro, la consolidación de un régimen político plural y moderadamente reformista se conformaría luego como la vitrina democrática de América Latina frente a la propaganda de la ultraizquierda. Los dos adversarios: la regresión militarista que, en nombre de un anticomunismo ramplón, intentó repetidas veces adueñarse de la situación; y la ilusión de la ultraizquierda que, siguiendo la aventura de Castro y Guevara pretendían llevar la revolución al continente.
Detalles importantes de enero de 1958, una rebelión militar que resquebraja la unidad del régimen dictatorial se convierte, vía presión popular y unidad civil, en el camino a la estabilización democrática. ¿Qué implica eso? Una base realmente popular de los partidos políticos, una capacidad de movilización real en la calle y una capacidad inmensa para el diálogo en los líderes. Hoy cuesta creerlo pero la ciudadanía tenía verdadera fe en sus partidos políticos y en sus líderes. El poder de convocatoria se debía a una solidez moral y a una organización nacional y popular. Los líderes no temían al pueblo, sino que actuaban como vanguardia organizada del mismo.
De cualquier manera la importancia del 23 de enero de 1958 está ligada, más allá del hecho menudo, a la decisión de una sociedad de liberarse del miedo, sacarse de encima la represión, y salir a la calle a defender su derecho a hablar, organizarse y labrarse su propio destino.
(Una primera versión de este artículo fue publicado hace unos años en Venezuela Análítica, pero no estaba de más recordarlo)
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