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Venezuela 2016: con el futuro en nuestras manos

2016: una encrucijada crítica
Durante 2016 la agudización de la crisis económica y social, caracterizada por la escasez y la inflación, parece ser un hecho ineludible. Desde la CEPAL hasta el FMI y el Banco Mundial anuncian perspectivas negativas para la economía venezolana, pronosticando una caída cercana al ocho por ciento del PIB con una inflación que superaría el doscientos por ciento, mientras el precio del petróleo mantendría su tendencia descendente. Todo esto tiene un impacto demoledor sobre la sociedad, los venezolanos nos estamos empobreciendo. Las cifras de pobreza de 2015 se encuentran por encima de las de 1998, alcanzando al 74% de la población. Efectivamente, las buenas noticias de 2016 no vendrán de la economía.

Pero el último mes de 2015 abrió una brecha de esperanza a partir del cambio político construido gracias al esfuerzo de los ciudadanos. La victoria de las fuerzas democráticas, agrupadas en la MUD, en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015 ha sido fruto de una dilatada lucha contra un régimen político autoritario que no parece poder prescindir de los eventos electorales. 112 diputados representan una mayoría calificada de dos tercios en la Asamblea Nacional que deberá instalarse el 5 de enero de 2016.

Pero un final feliz está lejos de estar asegurado, ¿qué perspectivas se abren para el año 2016? La confrontación entre las fuerzas democráticas y las fuerzas autoritarias no se cierra con este resultado electoral. Como hemos visto, la reacción del gobierno en concreto y del oficialismo en general ha sido agresiva, pretendiendo violentar la soberanía popular haciendo uso del control faccioso que tienen sobre las instituciones del Estado. La recepción, fuera de lapso, de demandas de impugnación ante el TSJ, es el más reciente episodio de una línea de acción que no se detendrá en las próximas semanas y meses.

La esperanza viene de la política (Tomado de Ideas de Babel)
Porque no esperamos cambios en el carácter general de la elite política gubernamental durante 2016, las señales nos indican que el proceso de autocratización puede acelerarse como respuesta a la derrota electoral. Al reconocerse minoritarios las tendencias más autoritarias pretenderán bloquear el cambio político. ¿Qué los puede detener?

En una democracia liberal normal son la ética pública, la opinión pública y la legalidad institucional los límites que determinan el marco de acción de mayorías y minorías. En las condiciones de la Venezuela actual el oficialismo no actúa a partir de dichas limitaciones. No se detiene la nomenklatura por ética, tienen amordazada y maniatada a la opinión pública y se burlan día a día de la legalidad y de la autonomía de las instituciones.

La victoria de un esfuerzo colectivo y unitario
Partiendo de la idea de que esta actitud autoritaria del poder no cambiará en enero es inevitable concluir que, a pesar de nuestros deseos, 2016 será un año de conflicto político institucional en un contexto de agudización de la crisis económica y social. Entonces, ¿qué necesitamos para construir colectivamente un 2016 que nos acerque más a nuestros sueños democráticos y nos aleje de las pesadillas autoritarias del poder?

Con las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015 hemos dado un gigantesco paso en la dirección correcta, hemos cambiado la correlación institucional del poder en la Asamblea Nacional. Hemos escogido la mejor posición para avanzar durante 2016, una mayoría calificada en el Parlamento.

Pero acá se abre una encrucijada, que ya adelantamos en un artículo previo, la crisis será inevitable en todos los escenarios, el carácter autoritario del régimen también, la actitud de los demócratas marcará el cambio. El escenario se bifurca a partir de las acciones que esta nueva mayoría democrática desarrolle, de la conexión que logre establecer con amplios sectores de una sociedad empobrecida, y de la iniciativa política que demuestre en su acción.

Falsas dicotomías

Se han presentado dos falsas dicotomías en el debate público a las que es necesario contestar. Primero, la que disocia la respuesta a la crisis socioeconómica del cambio político, y segundo, aquella que disocia la acción institucional del Parlamento de la movilización de calle, de la acción colectiva.

No hay en la Venezuela actual una disociación entre la crisis económica y el régimen político. Lo hemos tratado también anteriormente, la crisis socioeconómica que estamos viviendo los venezolanos es fundamentalmente política, en la medida en que deriva del funcionamiento perverso del poder, en la implantación política de un modelo socioeconómico que deriva en la destrucción productiva de la sociedad. No es posible reactivar la economía venezolana bajo este régimen político, que no podría sobrevivir a los cambios institucionales necesarios para que la sociedad recupere productividad. Por eso el gobierno ha sido incapaz de tomar decisiones para detener la caída de la economía, porque el entramado de mafias y negocios implicados en el sistema bloquea toda iniciativa de cambio. Esta red es una realidad de poder, es  una realidad política.

Eso coloca límites importantes a la labor de la Asamblea Nacional para responder a la crisis socioeconómica. Podremos interpelar Ministros, improbar Memorias, modificar la Ley del BCV para “asegurar” su autonomía, legislar para reactivar la producción, pero todo esto será casi inútil si no logramos impulsar cambios sustanciales en la correlación y en el funcionamiento del Poder, sin cambiar el Ejecutivo, sin cambios sustanciales en el Poder Judicial para que exista Estado de Derecho, etc.

Entonces, la respuesta a la crisis socioeconómica pasa también por el cambio político. Hay que avanzar en ambos ámbitos a la vez, en paralelo, debemos desarrollar una acción parlamentaria para responder a la crisis económica que vivimos los venezolanos al tiempo que avanzamos en el cambio político que va a permitir a las fuerzas productivas venezolanas volver a desarrollarse.

La lucha no-violenta es movilizadora
Por otro lado, hay quienes identifican la acción colectiva, la movilización de calle, las manifestaciones, como una amenaza a los cambios democrático-institucionales, como expresiones anti-políticas o anti-partido, incluso como instrumento anti-democrático. A partir de estos miedos se ha desarrollado toda una política apaciguadora, desmovilizadora, que reivindica las virtudes de la moderación y del diálogo como separadas de la movilización y la protesta social.

Cuando la realidad histórica es que los procesos de democratización han estado llenos de un repertorio diverso de acción colectiva, de movilizaciones, de disensos que se expresan en la calle, de organización con miras a presionar desde las veredas, desde las plazas. Que ese repertorio de acción colectiva ha venido acompañado de construcción de grandes alianzas sociales, de grandes acuerdos y consensos, de diálogo político, donde los pactos de elites han coexistido con movilizaciones masivas, y eso contribuye a fortalecer los acuerdos, a darle solidez a las elites democráticas. No puede plantearse en términos dicotómicos.

Gandhi rechazó la violencia y llamó a la movilización
Esta falsa dicotomía es particularmente peligrosa, justamente porque esteriliza hasta la acción política más moderada, inutiliza hasta la más tímida iniciativa de diálogo político, porque nos coloca voluntariamente en una posición de debilidad. Ningún proceso de negociación se gana empequeñeciéndose y negándose a emplear instrumentos efectivos de presión.

A quienes identifican movilización con violencia es importante recordarles que adalides históricos de la acción no-violenta, como el Mahatma Gandhi y Martin Luther King Jr., fueron grandes movilizadores en su momento. No fueron apaciguadores sino impulsores osados de la acción colectiva, de la movilización en calle.

En un escenario de confrontación político-institucional como la que veremos en 2016 jugar al apaciguamiento y a la desmovilización solo genera una vía libre para las tendencias más autoritarias del gobierno, quienes no encontrarían ninguna resistencia para avanzar en el proceso de autocratización.

La movilización ha de apoyar a la AN
Entonces, solo se podrá avanzar hacia la democracia si a la labor política institucional de la Asamblea Nacional la acompaña la movilización masiva, la acción colectiva. Renunciar a la movilización solo contribuiría al aislamiento del Parlamente y a su anulación. No basta la sola presión institucional de la Asamblea Nacional para impulsar los cambios que Venezuela necesita. El aislamiento del Parlamento es el juego gubernamental. Si la fracción democrática en la Asamblea Nacional se aísla el cerco institucional la tornará inútil y estéril.

Efectivamente, se requiere diálogo, construir acuerdos y consensos, restablecer la convivencia social, la paz, retejer las redes cotidianas de la coexistencia pacífica que  nos permite vivir civilizadamente. Pero eso será posible si detenemos las tendencias autoritarias que controlan las instituciones del Estado y que tienen aún fuerte implantación social. Pretender llegar a acuerdos y consensos renunciando a la movilización debilita el diálogo, no lo potencia, nos aleja de los objetivos y fortalece las tendencias de las elites más autoritarias.

Más cerca de nuestros sueños, más lejos de nuestras pesadillas

Una AN volcada a la movilización para impulsar cambios
Para que el futuro se parezca más a nuestros sueños, y menos a nuestras pesadillas, es imperativo dejar atrás falsas dicotomías y avanzar hacia la democracia como una aventura colectiva.

No hay dudas de que el año 2016 será particularmente interesante, pleno de oportunidades. Se caracterizará por la presencia de una encrucijada crítica. Las tendencias autoritarias siguen siendo fuertes, tienen control del grueso de las instituciones y no tienen límites éticos y legales en su acción. Solo la demostración de fuerza, tanto institucional como colectiva, tanto formal como informal, es útil para detener la pesadilla autoritaria.


Si logramos comprender, y hacerle comprender a la población, primero, el vínculo existente entre la crisis socioeconómica y el régimen político, y segundo, la necesaria alianza que es imperativo construir entre el poder institucional del Parlamento con la acción colectiva, con la movilización no-violenta, podremos construir juntos un feliz año 2016… y 2017, y 2018.

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